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(Tiempo de supervivencia de las civilizaciones que realizan comunicaciones interestelares)
(Tiempo de supervivencia de las civilizaciones que realizan comunicaciones interestelares)
Las iteraciones continúan. La entropía siempre termina por vencer, y nuevas fluctuaciones destruyen la obra de las anteriores. El universo entero evoluciona, igual que la vida; cambia, se transforma, surgen cosas nuevas y muere lo viejo, avanzando siempre hacia el Gran Frío Final: la muerte térmica del universo, que se producirá aproximadamente dentro de 10100 años. En el camino, ya se verá si hay materia y energía suficiente en este cosmos para que colapse hacia un Big Rip o un Big Crunch (esas condenadas cuentas de materia y energía oscuras que no acaban de salir). O simplemente se queda así, helado y muerto, durante toda la eternidad.
En todo caso, las fluctuaciones que mantienen la vida y la civilización tecnológica en un mundo determinado se disolverán mucho antes. En el caso de la Tierra, como ya te dije en el capítulo anterior, cuando el Sol alcance la fase del helio se expandirá en forma de gigante roja. Todo lo que haya más acá de Júpiter quedará abrasado, esterilizado y muerto. Dentro de unos cinco mil millones de años, y ya llevamos aquí 4.500.
A partir de ahí, sólo podemos especular. ¿Cuánto tiempo puede sobrevivir la vida en un planeta? ¿Y una civilización tecnológica? ¿Qué pasa si su sol evoluciona más deprisa o más despacio que el nuestro? ¿Qué clase de catástrofes pueden erradicar toda vida en un sistema solar, o varios? ¿Cuál es su probabilidad?
Todo lo que empieza, terminará. Eso es seguro. Si no otros, lo harán esos sucesos monumentales del fin del universo presente: el Gran Frío, el Gran Desgarro, el Gran Crujido (Big Freeze, Big Rip, Big Crunch). Pero sabemos que en la Tierra la vida ha resultado ser brutalmente feraz, capaces de sobrevivir a transformaciones y fenómenos catastróficos de gran calado. Las hipótesis más fuerte sobre la formación de Luna apunta a que ésta se separó de la Tierra cuando un objeto del tamaño de Marte al que llamamos Tea nos golpeó con inusitada violencia, mientras aún terminaba de formarse el sistema solar. Según algunos indicios, ya podía haber vida por aquel entonces, aunque fuese siquiera como proteínas arcaicas aferradas a una corteza aún caliente. El impacto fue inmenso, el más grande que ha visto este mundo jamás. La corteza en formación se fragmentó y se hundió en el magma ardiente del manto; una gran burbuja de materia terrestre y teana salió despedida a órbita para formar la Luna. Se trató de una verdadera catástrofe cósmica.
Y la vida, la hija de la lluvia, fue capaz de sobrevivir. La saga del ADN terrestre prosiguió, dicen que cayendo de nuevo a la superficie junto al resto de pedazos, después de pasar algún millar de años en el espacio exterior.
De todas formas, aunque no hubiera habido vida por aquel entonces, sí la había con bastante probabilidad cuando se produjo el Intenso Bombardeo Tardío: miles de meteoritos de gran tamaño cayendo hacia el interior del sistema solar. No te habría gustado estar allí. Fue el Intenso Bombardeo Tardío el que le dejó a la pobre Luna la cara como la tiene, llena de cráteres, y a nosotros también; lo que pasa es que en la Tierra, un planeta vivo, la deriva continental, la erosión, la sedimentación, el agua y el aire han hecho desaparecer la mayoría de las cicatrices a lo largo de todo este tiempo. Fue una constante tormenta de aerolitos de gran tamaño, una extinción como la de los dinosaurios cada cien años.
La hija de la lluvia sobrevivió al Intenso Bombardeo Tardío.
Y muchas veces más. Lo de los dinosaurios, bien mirado, fue una bromita cortesana. Hace unos 251 millones de años se produjo lo que llamamos el Gran Morir. O, más técnicamente, el Evento de Extinción del Pérmico-Triásico. Algo muy malo le pasó a la Tierra aquella vez. Aún no sabemos muy bien qué fue, pero sí sus efectos: acabó con el 96% de las especies marinas y el 70% de los vertebrados terrestres, incluyendo a ocho órdenes enteros de insectos, que ya se sabe lo resistentes que son. El 57% de las familias y el 83% de los géneros biológicos desaparecieron para siempre en las tinieblas de la extinción.
Cincuenta millones de años después, era como si no hubiese pasado nada, y la evolución había producido una gran diversidad de seres nuevos de quienes nosotros descendemos. Fuera lo que fuese, la hija de la lluvia también sobrevivió al Gran Morir.
Planetoides, lluvias de meteoritos, supervolcanes del tamaño de continentes, envenenamientos geológicos globales del agua y del aire. Y nada. La hija de la lluvia continuó su marcha por los eones, cada vez más resistente, cada vez más poderosa, cada vez más inteligente.
¿Qué clase de cosa puede matar algo tan tenaz?
Hay algunas. Un brote de rayos gamma muy próximo y potente, por ejemplo. Aunque dice la NASA que ya hemos sobrevivido por lo menos a alguno. Otra posibilidad es que sucediera una catástrofe del carbono, que por efecto invernadero calentara la superficie terrestre en demasía, como ya le ocurrió a Venus. En general, cualquier cosa que modificara la zona de habitabilidad del sistema solar.
Pero la hija de la lluvia lleva aquí unos cuatro mil millones de años. Y pico. Una tercera parte de la edad del universo. Sólo nos queda otro tanto en este planeta, antes de que el Sol empiece a expandirse. La ruleta ha girado ya la mitad de las veces. Y, hasta el momento, no ha salido el doble cero de la extinción total.
¿Y qué hay de la inteligencia? ¿Qué hay de las civilizaciones tecnológicas capaces de practicar comunicaciones interestelares detectables? ¿Pueden sobrevivir –y sobrevivirse a sí mismas– largo tiempo? ¿O son sólo una burbujita, algo que surge y desaparece antes de dejar siquiera una huella visible en el esquema cósmico de las cosas?
Bien, nuestra experiencia al respecto es de cierto sucinta. Sólo conocemos una: nosotros. Y ni siquiera emitimos aún señales capaces de distinguirse del ruido de fondo verdaderamente lejos. Según el loco de los marcianos y astrofísico Nikolay Kardashev, cofundador del masivo programa SETI soviético, seríamos una civilización de tipo I, o incluso menos.Para hacerse oír realmente fuerte en el cosmos, hay que superar el tipo II y aproximarse, como poco, al III.
Hay al menos dos perspectivas posibles en este debate. Una es que las civilizaciones tecnológicas, por su complejidad y dependencia de una única especie (o, hipotéticamente, un número reducido de especies) serían extraordinariamente frágiles y minúsculas en la inmensidad de un cosmos peligroso y hostil. Otra, apunta que la inteligencia constituye una herramienta poderosísima para garantizar la supervivencia y la expansión mucho más allá de lo que una especie podría conseguir sólo con sus medios biológicos; y que, por tanto, es posible superar ya no sólo un desastre planetario, sino incluso largarse de casa en caso necesario. Una tercera vía, muy popular desde la invención de la bomba atómica, apunta que la inteligencia es sin duda una fuerza potentísima, pero tanto para asegurarse la supervivencia como la extinción por propia mano.
No lo sabemos. De esto sí que no tenemos ni idea. Sólo nos conocemos a nosotros mismos, y ni siquiera muy bien. Llevamos muy poquito tiempo existiendo: en nuestra forma actual, apenas doscientos mil años, un breve chispazo en los abismos del tiempo cósmico. La civilización humana, apenas diez mil. Y nuestra capacidad de realizar comunicaciones estelares tiene poco más de cien, cincuenta si nos ponemos estrictos.
De momento, a pesar de todo, parece que no lo hemos hecho tan mal. Seguimos aquí, y mira que a veces estuvimos a punto de liarla bien gorda.
Hay una tenue esperanza. Quizás sea de interés apuntar que, bien debido a la explosión del volcán Toba o por nuestros propios problemas de poca diversidad genética, hubo una vez en que la población humana se redujo. Se redujo mucho. Gente que caminaba, pensaba y sentía como nosotros se vio empujada al borde de la extinción, incluso antes de llegar a salir de África bajo nuestra forma actual de homo sapiens sapiens. Estuvimos a punto, muy a punto, de no ser más que otro experimento fallido de la evolución. En vez de nosotros, pudo perfectamente ganar el Neandertal. Maldito fuera.
Y, ¿sabes qué? La hija de la lluvia sobrevivió también a aquella vez en que no éramos muchos más de mil. Y luego, extinguimos al Neandertal en la guerra más larga y brutal de todos los tiempos. Buenos somos nosotros para que nos vengan a disputar la tierra, el cielo y el mar.
Próximo capítulo en La Pizarra de Yuri el jueves, 05/11/2009: N ≥ 1.
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Gracias por continuar tu historia.
ResponderEliminarEs curioso, como dices en otro artículo, que esta serie no haya tenido más repercusión. Es magnífica, igual que todo el blog, de lo mejor que he leído nunca. Te descubrí en Público y me estoy leyendo todo el blog con muchísimo interés. Pero te pido un favor: SIGUE, no dejes de hacer entradas, es realmente un trabajo impresionante que seguro que muchísima gente aprecia como es.
ResponderEliminarSaludos!