Capítulo anterior: El barro que te mira
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(Fracción de los planetas de la galaxia donde podría haber surgido vida inteligente que realice comunicaciones interestelares)
Podría haber miles o millones de civilizaciones inteligentes ahí fuera, cada una alrededor de su estrellita, y no sabríamos que están ahí. Ya hemos visto lo difícil que es detectar planetas; distinguir si en la superficie de alguno de ellos (o en cualquier otro lugar) hay bebés extraños durmiendo sueños de cobalto resulta completamente imposible con la tecnología disponible en este momento o en los próximos cien años. Por decir algo.
¿Se conformará la hija de la lluvia con sospechar su existencia, y ya?
Quien así piense, es que no la conoce bien.
La hija de la lluvia siguió pensando, y pensando, y pensando, con esa cara de velocidad que adoptan los niños cuando se disponen a poner en algún compromiso al adulto más próximo con su lógica impecable. Una vez más, se miró a si misma. Reflexionó y se acordó de Julio Verne o de aquel maestro de escuela siberiano llamado Constantino Tsiolkovsky quien, con poco más que las cuatro reglas, diseñó los esquemas básicos de los cohetes y las estaciones espaciales que construimos hoy en día. Y recordó sus palabras:
“La Tierra es la cuna de la Humanidad. Pero uno no puede vivir en la cuna para siempre”.
Simplemente, es que no es práctico, ni económico ni seguro. No es práctico ni económico ni seguro permanecer confinados a un único planeta superpoblado, contaminado, con los recursos naturales cada vez más agotados y, lo más peligroso de todo, expuestos a la extinción en cualquier momento bajo la amenaza de nuestras propias armas o de cualquier objeto cósmico de buen tamaño que tenga la mala idea de cruzarse en nuestro camino.
Desde que se hizo obvia la posibilidad teórica de vivir en más de un planeta, la hija de la lluvia viene pensando en mudarse o, al menos, comprarle un pisito en otro lugar a algunos de sus retoños. No es que la Tierra tenga nada de malo: es un planeta estupendo, chulísimo, con vistas excelentes y grandes piscinas. Es que poner todos los huevos en la misma cesta es una pésima idea, sobre todo si tenemos en cuenta cómo la maltratamos.
Inevitablemente, y pese a la moda de los recortes presupuestarios y los beneficios a corto plazo, la hija de la lluvia acabará mudándose. Más vale que lo haga con tiempo y por las buenas, porque en cinco mil millones de años el hidrógeno del Sol empezará a consumirse. Entonces, a nuestra amable estrella le dará un ataquito llamado Fase del Helio o de la Gigante Roja: se calentará y expandirá hasta comerse a Mercurio, Venus, la Tierra, Marte e incluso más allá. Ñam.
Sabiamente o por la fuerza, cualquier otra civilización se verá enfrentada a la misma tesitura tarde o temprano. Conquistar los espacios interestelares no es una opción: es una necesidad (y un buen negocio aunque, todo hay que decirlo, con unos beneficios muy a largo plazo).
Repartir nuestra herencia por más de un mundo en más de un sistema solar (y, si fuera posible, en más de una galaxia) es la única garantía de supervivencia en caso de que aquí las cosas se pongan crudas para nosotros o para nuestros nietos.
De un modo u otro, si efectivamente hay otras civilizaciones allá a lo lejos, en otras orillas del mar oscuro, es muy probable que algunas de ellas hayan emprendido ya el camino. Quienes creen en los OVNIs, sin embargo, deberían esperar un poco antes de saltar de alegría. Las distancias son tan enormes y los destinos tan remotos y separados entre si, que la probabilidad de que uno de esos exploradores coincida con la Tierra es francamente baja. Muy baja, vamos. Casi nula, como si dijéramos.
A menos que sean unos ermitaños, cualquier civilización que se adentre en el espacio interestelar tendrá la necesidad de comunicarse con sus exploradores, primero, con sus colonias, más adelante, y con sus pares, en el último término. Para ello, es necesario crear y establecer tecnologías de telecomunicaciones interestelares. La más básica de estas telecomunicaciones se basa en las ondas de radio. Es la que usamos nosotros para llamar a nuestros navíos, tripulados o no. El problema es que es lenta: las ondas de radio sólo viajan a la velocidad de la luz como máximo (igual que cualquier otra cosa del Universo, que sepamos, al menos). Sus ventajas son muchas: es flexible, económica y fácil de utilizar. De momento nos vale, porque nada fabricado por las manos de las hijas de la lluvia ha viajado mucho más allá de Plutón y eso está ahí al ladito como quien dice; la más lejana de nuestras naves, la Voyager-1, se encuentra ahora a unos diecisiete mil millones de kilómetros, aproximadamente quince horas-luz. Eso significa que una comunicación de radio con el más lejano de nuestros navíos actuales utilizando ondas de radio consumiría un máximo de veintiocho horas, ida y vuelta. Cualquier comunicación con una colonia establecida dentro del sistema solar requeriría menos tiempo.
Las ondas de radio nunca llegan a diluirse del todo en el océano cósmico. Conforme aumenta la distancia se vuelven muy débiles, extremadamente débiles, apenas un levísimo temblor en los diales. Después, terminan confundiéndose con el ruido de fondo. Pero siempre siguen su viaje, hasta el fin del Universo.
Si el instrumento con el que las buscas es lo bastante sensible, se pueden detectar a distancias sorprendentes. El problema, en la Tierra, es que la mayoría de antenas son pequeñas y baratas: la de tu coche, la de tu tele, la de tu teléfono móvil. Pero si usas como antena el radiotelescopio de Arecibo, en Puerto Rico, un inmenso receptor hipersensible que ocupa todo un valle, no tendrías problemas de cobertura en la órbita de Júpiter.
Desde hace unas décadas, la hija de la lluvia está usando estas enormes antenas para tratar de escuchar alguna comunicación interestelar realizada por otras gentes. Es una apuesta improbable, un tiro al azar, entre otras cosas porque –naturalmente– otras civilizaciones podrían usar otros sistemas de telecomunicación que ni siquiera sospechamos todavía, igual que las ondas de radio eran insospechables para un sabio medieval. Pero no resulta tan descabellado como pudiera parecer. A fin de cuentas, construir una radio es sencillo.
No fue hasta mediados del siglo XX cuando la posibilidad de que existiera vida y civilizaciones extraterrestres cayó bajo el escrutinio de la Ciencia contemporánea. Allá por 1959, el entonces joven ingeniero electrónico Frank Drake concibió que si existían civilizaciones interplanetarias, era posible que estuvieran comunicándose entre si mediante ondas de radio, al igual que hacemos nosotros. Fascinado por el Cosmos, había hecho varios cursillos (ahora que somos mucho más pijos los llamamos masters) de radioastronomía y la idea de que pudieran existir otros mundos habitados le resultaba muy sugerente. Al conseguir un trabajo en el Observatorio Nacional de Radioastronomía en Green Bank, propuso la realización de una pequeña búsqueda de tales transmisiones extraterrestres. Paralelamente, dos jóvenes físicos de la universidad de Cornell muy interesados en las cuestiones de ionización asociadas a los rayos gamma, publicaron en Nature (Vol. 184, # 4690, pp. 844-846, 19-09-1959) un artículo titulado "Buscando Comunicaciones Interestelares" que decía así:
"...habrá muy pocos que nieguen la importancia práctica y filosófica que tendría la detección de comunicaciones interestelares. Entendemos, pues, que una búsqueda discriminada de señales se merece un esfuerzo considerable. La probabilidad de éxito es difícil de estimar; pero si nunca buscamos, la probabilidad de éxito es cero."
Con este sustento científico y filosófico, los jefes de Drake aceptaron un pequeño experimento de dos semanas de duración (ampliada luego a dos meses) en torno a las estrellas Tau Ceti y Epsilon Eridani. Se llamaría Proyecto Ozma.
El Proyecto Ozma fue la primera iniciativa científica para localizar civilizaciones extraterrestres. Su nombre era el de la Reina de Oz, un lugar "muy lejano, muy difícil de llegar, poblado por seres extraños y exóticos". Entre abril y julio de 1960, el radiotelescopio de 28 metros del Observatorio Nacional de Radioastronomía se sintonizó durante 6 horas al día en la frecuencia propuesta por Cocconi y Morrison: el "agujero del agua", 1.420 MHz (21 cm), apuntando a las estrellas Tau Ceti (constelación de la Ballena) y Epsilon Eridani (constelación del Río). Estos astros se encuentran a 8 años luz de la Tierra y tienen una edad parecida a la de nuestro Sol.
Como ya habían previsto de algún modo Cocconi y Morrison, este primer experimento fracasó: tras escuchar detenidamente las cintas, no se halló evidencia alguna de comunicaciones extraterrestres: todas las fuentes de emisión electromagnética se correspondían con fenómenos naturales conocidos y carecían de características propias de una transmisión "inteligente" (por ejemplo, un ancho espectral reducido... ya veremos lo que es esto).
Pese al esperado fracaso, este humilde experimento abrió el camino para un interés mayor en el problema por parte del mundo científico. Los papers se multiplicaron y las propuestas para hacer "algo más" al respecto también. Sin embargo, el elemento "lanzador" fue que en 1965 se detectó un súbito interés soviético al respecto. No se sabía entonces por qué, pero es que entre 1964 y 1965 dos astrofísicos soviéticos, Kardashev y Sholomitsky, habían estado reproduciendo el Proyecto Ozma desde la Estación de Espacio Profundo de Crimea. Kardashev era un "obseso de los marcianos" con la cabeza muy bien amueblada, y había llegado a crear una "escala de civilizaciones" basada en sus potencias teóricas de transmisión (tipos I, II, y III). Enfocaron su radiotelescopio a dos objetos de características extrañas llamados CTA-21 y CTA-102, y creyeron detectar características artificiales de variabilidad en este último. En realidad se trataba de un quasar, pero este "falso positivo" despertó el interés soviético en el tema. A las varias carreras más o menos terribles de la Guerra Fría, se sumó una bonita y positiva: la de ver quién encontraba antes una civilización extraterrestre.
La URSS puso en marcha varias búsquedas paralelas con distintas instalaciones radioastronómicas (desde Gorky, Zimenkie, Crimea, Murmansk y Primorsky), la mayor parte de ellas dirigidas por Troitsky (ninguna relación con el dirigente revolucionario que acabó sus días a manos de cierto catalán...). Una de estas búsquedas, la de Espacio Completo (no dirigida) que se inició en 1969, sigue activa hasta la actualidad.
A principios de los años '70 se sumaron los franceses, desde el observatorio de Nançay y los canadienses, desde Algonquin (Ontario). El SETI (pues así se le comenzó a llamar, por Search for ExtraTerrestrial Intelligence) se estaba convirtiendo en una cuestión de Estado. La NASA empezó a tomar cartas en el asunto, mientras en la Universidad de California en Berkeley se ponían en marcha el programa de búsqueda dirigida SERENDIP, el Radioobservatorio de Ohio comenzaba una búsqueda continua y la Sociedad Planetaria iniciaba el proyecto META.
En 1974, un equipo de científicos encabezados por el Dr. Carl Sagan, conocido astrónomo, humanista y divulgador, convencieron a la dirección del Radiotelescopio de Arecibo para utilizarlo como transmisor de una señal terrestre a nuestros potenciales vecinos. La emisión, equivalente a 20 gigawatios omnidireccionales, se concentró en dirección al cúmulo globular M13. Este cúmulo se encuentra en el borde de nuestra galaxia, a unos 21.000 años luz, y en él hay aproximadamente 330.000 estrellas con posibles planetas orbitando a su alrededor. La señal llegará allí en el año 22.974 dC
Este mensaje, una especie de "testigo cósmico" de que la especie humana existió alguna vez en el Universo, está compuesto de 1679 bits organizados en una matriz de 73x23 (dos números primos que cualquier civilización mínimamente tecnificada debe reconocer rápidamente). Contiene una imagen que consta del radiotelescopio emisor, una descripción matemática del sistema solar, los primeros números primos, una silueta humana, una silueta de la "doble hélice" del ADN con su número de bases púricas (en binario). El mensaje era exactamente este:
0000001010101000000000000101000001010000000100100010001000100101100101010
1010101010100100100000000000000000000000000000000000001100000000000000000
0011010000000000000000000110100000000000000000010101000000000000000000111
1100000000000000000000000000000000110000111000110000110001000000000000011
0010000110100011000110000110101111101111101111101111100000000000000000000
0000001000000000000000001000000000000000000000000000010000000000000000011
1111000000000000011111000000000000000000000001100001100001110001100010000
0001000000000100001101000011000111001101011111011111011111011111000000000
0000000000000000010000001100000000010000000000011000000000000000100000110
0000000001111110000011000000111110000000000110000000000000100000000100000
0001000001000000110000000100000001100001100000010000000000110001000011000
0000000000001100110000000000000110001000011000000000110000110000001000000
0100000010000000010000010000000110000000010001000000001100000000100010000
0000010000000100000100000001000000010000000100000000000011000000000110000
0000110000000001000111010110000000000010000000100000000000000100000111110
0000000000010000101110100101101100000010011100100111111101110000111000001
1011100000000010100000111011001000000101000001111110010000001010000011000
0001000001101100000000000000000000000000000000000111000001000000000000001
1101010001010101010100111000000000101010100000000000000001010000000000000
0111110000000000000000111111111000000000000111000000011100000000011000000
0000011000000011010000000001011000001100110000000110011000010001010000010
1000100001000100100010010001000000001000101000100000000000010000100001000
0000000001000000000100000000000000100101000000000001111001111101001111000
...que, organizado en una matriz de 73x23 (ambos números primos), proporciona la siguiente figura:
En los últimos años, la investigación SETI perdió interés para los ámbitos políticos, y la mayoría de programas fueron cancelados. Sin embargo, la fascinación y el hondo significado filosófico y humanístico de la pregunta "¿estamos solos?" atrajo a la iniciativa privada. Gracias a ello, el Instituto SETI sigue existiendo y goza de buena salud. Tanta, que les ha permitido comprar tiempo de radiotelescopios, tiempo de procesamiento supercomputacional, y, gracias a las aportaciones económicas del cofundador de Microsoft Paul G. Allen, se acaba de poner en marcha el Allen Telescope Array. El Allen Telescope Array es un superradiointerferómetro que constituye el instrumento más sensible del planeta Tierra a la hora de buscar señales artificiales emitidas por otras civilizaciones, deliberada o accidentalmente.
El fracaso, hasta el momento, de todas las búsquedas SETI da lugar a varias preguntas inquietantes para la hija de la lluvia. Especialmente, la del físico Enrico Fermi, allá por 1950: “¿dónde está todo el mundo?”
Expresado de otra manera: si todo apunta a que la vida puede surgir con facilidad, evolucionar hacia la inteligencia, surcar el espacio interplanetario y mantener comunicaciones interestelares… ¿por qué no hay un solo indicio sólido, una detección de alguna clase, una prueba fiable al respecto?
Una de las posibles respuestas es: “quizá aún no tenemos instrumentos lo bastante sensibles, o del tipo adecuado, para hacerlo.”
Otra, claro, podría ser: “quizá nunca estuvieron ahí.”
Y otra más, terrible, contestaría: “quizá ya se hayan ido. Y nosotros nos iremos pronto, también.”
Próximo capítulo en La Pizarra de Yuri el jueves, 29/10/2009: Cante jondo de la extinción.
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Pídelo en tu librería: Ed. Silente, La Pizarra de Yuri, ISBN 978-84-96862-36-4
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Impresionante el capitulo!, te esta quedando genial, es otra forma de contar la historia que resulta muy agradable de leer. Enhorabuena!
ResponderEliminarFascinante Yuri. Fascinante.
ResponderEliminarMuy interesante.
ResponderEliminarNo sé si conoces un libro, titulado Rare Earth, de 2 exobiólogos de la NASA. Es bastante desesperanzador para la Hija de la Lluivia ;) . Viene a ser una exposición razonada de los diferentes (y plantean múltiples y convincentes) motivos, por los que, al final la Tierra sería un caso todavía más raro de lo que pensamos, y tal vez sí estemos solos.
La conclusión del libro es que, vida, sí, seguro en bastantes sitios. Vida intelingente, tal vez ninguna, a parte de nosotros.
Me alegro de que os vaya gustando. ;)
ResponderEliminarEn cuanto al libro de Rare Earth, es una de las inspiraciones (quizás a la contra) para esta historia. :D