Capítulo anterior: Los que cuentan estrellas
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(Fracción de las estrellas de la galaxia que tienen planetas)
(Fracción de las estrellas de la galaxia que tienen planetas)
Nuestro sistema solar está lleno de cosas interesantes. Ocho planetas de pleno derecho con un montón de satélites –lunas– a su alrededor. Objetos transneptunianos que casi son planetas de pleno derecho como la parejita Plutón-Caronte o 2003-UB313. El cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter. El cinturón de Kuiper. La nube de Oort, el almacén de los puñeteros cometas que un día nos van a dar un susto. Un planetilla que alberga vida inteligente. Y como otro millar de características fascinantes más.
Ahora bien, ¿es esto común en el Cosmos? ¿No será nuestro sistema solar un caso especial, uno entre un millón? ¿Tenemos alguna certeza de que el resto de soles sean igualmente interesantes? ¿No será que hemos aparecido aquí porque nuestro sistema solar es cosa de ver, mientras que a lo mejor no hay más que materia mal agregada o simplemente espacio vacío alrededor de otras estrellas?

Distinguir algo que no emite luz y radiación propias a esas distancias viene a ser como distinguir un grano de mostaza de un monte a otro, en plena noche. Tanto es así, que durante mucho tiempo hubo una tendencia a pensar que no existían. Que nuestro sistema solar era único, la joyita del Brazo de Orión.
Primero nos dimos cuenta por vías indirectas. Parece que todo sistema solar que se precie tiene gigantes del tipo de Júpiter, a cuyo lado nuestra Tierra es como una lunita menor. Gigantes gaseosos a mitad camino de que la compresión producida por su propia gravedad los encienda para convertirlos a su vez en estrellas. Tanta es esa gravedad, que obligan a sus soles a hacer cosas raras.

Cuando hay un planeta de estos gigantes dando vueltas alrededor de un púlsar, su enorme gravedad le altera el segundero. Al impasible tictac de sus centelleos neutrónicos le da como un poquito de taquicardia. La hija de la lluvia, jugando con sus radiotelescopios, se percató de estas alteraciones. Sacando cuentas, pronto supo que tales taquicardias eran regulares, que se correspondían con la órbita de alguno de estos grandotes. Así pues, antes que verlos, los dedujimos.
El primero fue Matusalén, apodado así porque se trata del más viejo de los planetas conocidos. Orbita alrededor del púlsar PSR B1620-26, a 5.600 años-luz de nosotros, en un lugar de la constelación de Escorpio llamado Cúmulo Globular M-4. Superviviente de una catástrofe cósmica, es más grande que Júpiter.
Al corazón de la hija de la lluvia también le dio como una pequeña taquicardia.

Lo segundo porque Matusalén es verdaderamente muy, muy viejo. Casi el triple que nuestros planetas. Cuando el Universo tenía apenas mil millones de años, Matusalén ya estaba ahí. Eso significa que no sólo hay mundos más allá de nuestra estrella, sino que además los viene habiendo desde siempre. Esto demuestra que existen otros lugares donde pueda aparecer la vida y que ésta ha dispuesto de abrumadoras cantidades de tiempo para surgir y evolucionar. Si bien es cierto, por otra parte, que en esos primeros planetas apenas hay compuestos que permitan su existencia: son demasiado primitivos. Bolas de hidrógeno, mayormente, y poco más.
No obstante, la hija de la lluvia es tozuda. Todos esos cálculos están muy bien, y seguro que son correctos. Pero siempre siente la necesidad de verlo con sus propios ojos. Debe ser algo que aprendió en su larga lucha por la supervivencia, bajo la tormenta.
Lo conseguiría en 2005, cuando el telescopio espacial Spitzer detectó dos, muy grandes, tan grandes que su propia gravedad los ha encendido y tienen el aspecto de pequeñas estrellas del tipo Enana Marrón. Da igual: están ahí.

Ahora que ha aprendido a encontrarlos, la niña de la lluvia no para. Hay para dar y vender. De pensar que nuestro sistema solar podría ser un caso excepcional, en apenas veinte años hemos pasado a pensar que lo raro será hallar estrellas sin planetas a su alrededor. Y con toda probabilidad, si hay otros planetas habrá infinidad de otras lunas y asteroides. El número de lugares donde otras vidas y otras inteligencias podrían haber surgido no hace sino crecer cuanto más sabemos, conforme refinamos más nuestra técnica.
La barriada donde la niña de la lluvia podría encontrar a sus amiguitos es más grande a cada día que pasa. La niña de la lluvia está contenta. Ahora tiene esperanza.
Próximo capítulo en La Pizarra de Yuri el jueves, 24/09/2009: Navíos cósmicos en regiones mágicas.
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Llego a este blog por primera vez y me parece un lujo al alcance de todos. Muchas gracias por la generosidad que muestras al acercarnos esa sabiduría.
ResponderEliminarUn cordial saludo.
Hace unos días que ya conocemos el primer planeta rocoso extrasolar. Se trata de Carot-7b, planeta que orbita una estrella de nuestro vecindario, a unos 500 años luz.
ResponderEliminarEn la conferencia que hubo esta semana había consenso en que 10, quizá 20 años, es un plazo razonable para que empecemos a encontrar planetas habitables. O, al menos, lo que nosotros entendemos por habitabilidad. En cualquier caso es solo cuestión de tiempo.
La hija de la lluvia mira asombrada nuevos mundos a través de su ventana. Piensa, ensimismada en su prodigiosa imaginación, que quizá un día pueda salir de su casa azul, salir hacia el infinito. Pero sabe que para ella es un viaje imposible. Tan prodigiosa odisea solo podrá ser realizada por sus hijas, las hijas de las hijas de la lluvia. Y éstas, no serán biológicas.
:D
Me alegro de que os vaya gustando. ;)
ResponderEliminarQuién sabe cómo será, Dani. Quién sabe cómo será. Pero será.