La pizarra de Yuri: Hijas de la Lluvia 03: Mundos al Calor de otros Soles.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Hijas de la Lluvia 03: Mundos al Calor de otros Soles.

Capítulo anterior: Los que cuentan estrellas
fp
(Fracción de las estrellas de la galaxia que tienen planetas)

Nuestro sistema solar está lleno de cosas interesantes. Ocho planetas de pleno derecho con un montón de satélites –lunas– a su alrededor. Objetos transneptunianos que casi son planetas de pleno derecho como la parejita Plutón-Caronte o 2003-UB313. El cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter. El cinturón de Kuiper. La nube de Oort, el almacén de los puñeteros cometas que un día nos van a dar un susto. Un planetilla que alberga vida inteligente. Y como otro millar de características fascinantes más.

Ahora bien, ¿es esto común en el Cosmos? ¿No será nuestro sistema solar un caso especial, uno entre un millón? ¿Tenemos alguna certeza de que el resto de soles sean igualmente interesantes? ¿No será que hemos aparecido aquí porque nuestro sistema solar es cosa de ver, mientras que a lo mejor no hay más que materia mal agregada o simplemente espacio vacío alrededor de otras estrellas?

Esto empieza a complicarse. Detectar estrellas, inmensas fuentes de luz y radiación, es fácil para cualquiera con un telescopio, un radiotelescopio o, simplemente, un par de ojos en la cara. Pero eso mismo es justo lo que los hace inhabitables: emiten tanta luz y radiación porque son infiernos termonucleares. Todos esos objetos interesantes que pueden dar vueltas en torno a ellos, en cambio, apenas emiten o reflejan pálidas sombras de luz y radiación. Y eso los hace muchísimo más difíciles de detectar a grandes distancias. A estos efectos, “grandes distancias” es cualquier cosa más allá de nuestro sistema solar. Para llegar a los confines últimos de éste, nos bastarían tres millones y pico de años con nuestro Ferrari. En cambio, si quisiéramos dar un voltio por la estrella más próxima –el conjunto triple Alfa Centauri, a 4’22 años-luz– nos harían falta unos trece millones de años. Las siguientes paradas son algunos apeaderos realmente provincianos hasta llegar a la estación Sirio, ya a 8’6 años luz.

Distinguir algo que no emite luz y radiación propias a esas distancias viene a ser como distinguir un grano de mostaza de un monte a otro, en plena noche. Tanto es así, que durante mucho tiempo hubo una tendencia a pensar que no existían. Que nuestro sistema solar era único, la joyita del Brazo de Orión.

Primero nos dimos cuenta por vías indirectas. Parece que todo sistema solar que se precie tiene gigantes del tipo de Júpiter, a cuyo lado nuestra Tierra es como una lunita menor. Gigantes gaseosos a mitad camino de que la compresión producida por su propia gravedad los encienda para convertirlos a su vez en estrellas. Tanta es esa gravedad, que obligan a sus soles a hacer cosas raras.

Algunos soles son púlsares. Un púlsar es una estrella minúscula, de apenas diez kilómetros de diámetro, pero con una masa similar a la del Sol. O sea, que son muy densas. Están muy cerca de alcanzar el mítico nivel de agujero negro, pero les faltó un pelín para llegar hasta ahí. Compuestas básicamente de una pasta de neutrones, pues con semejantes densidades no pueden ser de otra cosa, giran a gran velocidad sobre si mismas con mayor precisión que la de cualquier reloj. Al hacerlo, proyectan cascadas de neutrones con un ritmo regular, que se puede detectar y reconocer desde cualquier otro lugar del Universo mediante radiotelescopios. Constituyen al mismo tiempo los mejores relojes y faros imaginables para los navegantes del Cosmos.

Cuando hay un planeta de estos gigantes dando vueltas alrededor de un púlsar, su enorme gravedad le altera el segundero. Al impasible tictac de sus centelleos neutrónicos le da como un poquito de taquicardia. La hija de la lluvia, jugando con sus radiotelescopios, se percató de estas alteraciones. Sacando cuentas, pronto supo que tales taquicardias eran regulares, que se correspondían con la órbita de alguno de estos grandotes. Así pues, antes que verlos, los dedujimos.

El primero fue Matusalén, apodado así porque se trata del más viejo de los planetas conocidos. Orbita alrededor del púlsar PSR B1620-26, a 5.600 años-luz de nosotros, en un lugar de la constelación de Escorpio llamado Cúmulo Globular M-4. Superviviente de una catástrofe cósmica, es más grande que Júpiter.

Al corazón de la hija de la lluvia también le dio como una pequeña taquicardia.

Lo primero, porque quedaba probado que hay planetas alrededor de otros soles, incluso de soles muertos. Que nuestro sistema solar no es único.

Lo segundo porque Matusalén es verdaderamente muy, muy viejo. Casi el triple que nuestros planetas. Cuando el Universo tenía apenas mil millones de años, Matusalén ya estaba ahí. Eso significa que no sólo hay mundos más allá de nuestra estrella, sino que además los viene habiendo desde siempre. Esto demuestra que existen otros lugares donde pueda aparecer la vida y que ésta ha dispuesto de abrumadoras cantidades de tiempo para surgir y evolucionar. Si bien es cierto, por otra parte, que en esos primeros planetas apenas hay compuestos que permitan su existencia: son demasiado primitivos. Bolas de hidrógeno, mayormente, y poco más.

No obstante, la hija de la lluvia es tozuda. Todos esos cálculos están muy bien, y seguro que son correctos. Pero siempre siente la necesidad de verlo con sus propios ojos. Debe ser algo que aprendió en su larga lucha por la supervivencia, bajo la tormenta.

Lo conseguiría en 2005, cuando el telescopio espacial Spitzer detectó dos, muy grandes, tan grandes que su propia gravedad los ha encendido y tienen el aspecto de pequeñas estrellas del tipo Enana Marrón. Da igual: están ahí.

Pero en el proceso, utilizando otros medios indirectos, ha descubierto muchos más. Conforme sus técnicas se van depurando, cada vez detecta más, y más pequeños. Cada vez más parecidos a la Tierra. El cielo parece estar lleno de ellos. No, nuestro sistema solar no es único. En torno a las demás estrellas también giran cuerpos. Y muchos. En el momento en que escribo estas líneas vamos camino de los doscientos, con varios sistemas solares completos. Hay uno de ellos al que ya le conocemos cuatro planetas. Dan vueltas alrededor de 55 Cancri, una estrella binaria de la constelación de Cáncer, a 41 años-luz de aquí. Uno de estos planetas, al que llamamos 55 Cancri E, es del tamaño de Neptuno: como catorce veces la Tierra. Ya no estamos hablando de inhóspitos gigantes gaseosos como Júpiter o Matusalén, sino de un gaseoso enano o –quizás– de un planeta de tipo terrestre muy grande.

Ahora que ha aprendido a encontrarlos, la niña de la lluvia no para. Hay para dar y vender. De pensar que nuestro sistema solar podría ser un caso excepcional, en apenas veinte años hemos pasado a pensar que lo raro será hallar estrellas sin planetas a su alrededor. Y con toda probabilidad, si hay otros planetas habrá infinidad de otras lunas y asteroides. El número de lugares donde otras vidas y otras inteligencias podrían haber surgido no hace sino crecer cuanto más sabemos, conforme refinamos más nuestra técnica.

La barriada donde la niña de la lluvia podría encontrar a sus amiguitos es más grande a cada día que pasa. La niña de la lluvia está contenta. Ahora tiene esperanza.

Próximo capítulo en La Pizarra de Yuri el jueves, 24/09/2009: Navíos cósmicos en regiones mágicas.

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3 comentarios:

  1. Llego a este blog por primera vez y me parece un lujo al alcance de todos. Muchas gracias por la generosidad que muestras al acercarnos esa sabiduría.
    Un cordial saludo.

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  2. Hace unos días que ya conocemos el primer planeta rocoso extrasolar. Se trata de Carot-7b, planeta que orbita una estrella de nuestro vecindario, a unos 500 años luz.

    En la conferencia que hubo esta semana había consenso en que 10, quizá 20 años, es un plazo razonable para que empecemos a encontrar planetas habitables. O, al menos, lo que nosotros entendemos por habitabilidad. En cualquier caso es solo cuestión de tiempo.

    La hija de la lluvia mira asombrada nuevos mundos a través de su ventana. Piensa, ensimismada en su prodigiosa imaginación, que quizá un día pueda salir de su casa azul, salir hacia el infinito. Pero sabe que para ella es un viaje imposible. Tan prodigiosa odisea solo podrá ser realizada por sus hijas, las hijas de las hijas de la lluvia. Y éstas, no serán biológicas.

    :D

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  3. Me alegro de que os vaya gustando. ;)

    Quién sabe cómo será, Dani. Quién sabe cómo será. Pero será.

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