La pizarra de Yuri: Cómo parar el meteorito

jueves, 19 de noviembre de 2009

Cómo parar el meteorito

Estrategias de defensa espacial




Se ha planteado un millón de veces por lo menos en la literatura y el cine apocalípticos. Se sospecha que tuvieron mucho que decir en algunas grandes extinciones, y especialmente en la del Cretácico-Terciario: la que se cargó a los dinosaurios y nos dejó el campo libre a nosotros, los mamíferos. Los humanos tenemos alguna experiencia con estas piedras llameantes que llegan súbitamente de lo alto. No sólo los galos de Astérix tenían buenos motivos para temer que el cielo pudiera caerles sobre las cabezas. No sólo es que todas las civilizaciones han tenido ocasión de observar los bólidos surcando la atmósfera con llamas y rugido pavorosos, a veces hasta estrellarse en tierra. Es que en la historia consta al menos una ocasión en que causaron una catástrofe humana: China, año 1490, unos 10.000 muertos por "piedras que cayeron del cielo".


Y luego tenemos el Evento de Tunguska, claro, que a pesar de todos los conspiranoicos fue uno de estos bólidos estallando cerca del lago Baikal con una potencia explosiva entre diez y quince megatones (échale un vistazo a las fotos que tienen en este sitio). Aunque este no mató a nadie, obsta decir que un impacto similar sobre un área metropolitana causaría la misma mortandad que un arma termonuclear de similar calibre. Cada pocos años ocurre al menos una explosión de decenas de kilotones en las capas superiores de la atmósfera, y para eso sólo hace falta un objeto rocoso de unos diez metros de diámetro. La bomba que aniquiló Nagasaki tenía 25 kilotones. Una Tunguska es posible cada trescientos años aproximadamente, aunque la mayoría de estos eventos se habrán producido sobre los océanos o en lugares tan remotos como la propia Siberia. La hipótesis Némesis postula que debería ocurrir un impacto mayor cada 26 millones de años aproximadamente, así que como el de los dinos ocurrió hace unos 65, iríamos con retraso. Más seriamente, Stephen Hawking asegura con mucha razón que los impactos meteoríticos son "la principal amenaza para la vida en la galaxia". Nuestro planeta pudo tener alguna experiencia al respecto, durante el Intenso Bombardeo Tardío.

Uno de los primeros problemas para protegerse de esta amenaza es, por supuesto, detectarla a tiempo, cuando aún sea posible tomar alguna medida. Como en cualquier otra intercepción, el éxito depende del tiempo de alerta previa. Lamentablemente, en contra de lo que Hollywood ha hecho creer a muchos, ni el cielo ni la tierra están controlados en su totalidad las veinticuatro horas del día. Este sería un tema muy largo, pero resumámoslo en que los instrumentos cuestan mucho dinero, sólo ven realmente bien en ángulos reducidos, y luego hay que estudiar toda la información que generan en busca de algo notable... lo que puede costar años y millones en recursos. Los medios son limitados y la astronomía no suele obtener trato privilegiado en los presupuestos estatales, ni mucho menos privados.


A pesar de ello, existen varios programas en curso para catalogar y calcular las órbitas de tantos objetos cercanos a la Tierra (NEO, near-Earth objects) como sea posible. Y, específicamente, de los asteroides potencialmente peligrosos (PHA, potentially hazardous asteroids). Los dos más importantes en la actualidad son Catalina y LINEAR, seguidos por Spacewatch. Como puede verse, están detectando cerca de mil nuevos cada año, en una tendencia ascendente que refleja la progresiva mejora de los instrumentos y métodos utilizados. Los tres programas utilizan una tecnología parecida. Catalina, por ejemplo, consta de tres telescopios distantes (dos en Arizona y uno en Australia) conectados a una cámara CCD de 16 megapíxels enfriada a 100ºC bajo cero. Gracias a ese frío, la corriente de oscuridad en el CCD es muy baja y el software anexo puede distinguir cosas muy pequeñas y remotas. Todas estas iniciativas vienen a englobarse en la denominada Defensa Planetaria; el primer congreso de la Academia Internacional de la Astronáutica dedicado a tal labor se celebró en Granada en abril de este año.


Desgraciadamente, estos esfuerzos parecen ser radicalmente insuficientes. Por la sencilla razón de que en los últimos años se nos han colado varios, y sólo los detectamos al impactar o cuando ya estaban alejándose de la Tierra (antes se nos colaban igual, pero ni siquiera nos dábamos cuenta). Este fue el caso del Evento del Mediterráneo Oriental de 2002. Pero no el único, ni mucho menos. En marzo de 2009 un objeto del tamaño de lo que causó Tunguska, llamado 2009 DD45, nos ha pasado rozando en términos astronómicos: a 63.500 kilómetros de distancia. Sólo fue detectado tres días antes del posible impacto. 2009 VA, que pasó hace diez días raspando los satélites GPS que orbitan a 20.000 km de la Tierra, tuvo una prealerta de menos de quince horas. 2002 MN se cruzó entre la Tierra y la Luna y sólo fue detectado cuando ya se marchaba de aquí. El cometa kilométrico que alcanzó Júpiter por sorpresa el 19 de julio no fue observado en ningún momento durante su aproximación. Catalina, LINEAR, Spacewatch y el resto de instrumentos hacen muy bien su trabajo, y se calcula que a estas alturas tienen catalogada al menos la mitad de objetos con tamaño superior a un kilómetro, pero no es suficiente. En el lado de los éxitos, se cuenta por ejemplo haber calculado con precisión el impacto de 2008 TC3 sobre un área despoblada de Sudán, el 7 de octubre del año pasado.

Si habláramos de un objeto de alta peligrosidad, ni tres días ni quince horas de preaviso bastan para tomar alguna medida. Pues carecemos por completo de medios para plantarle cara en la actualidad. Requeriría un proyecto de años de duración, meses en el mejor de los casos bajo "economía de guerra". Quienes piensan que podemos despacharles una andanada de misiles atómicos a la voz de ya, ignoran que los misiles atómicos están pensados para matarnos a nosotros mismos, no para interceptar un objeto en aproximación a la Tierra desde el espacio exterior a varios kilómetros por segundo. No pueden atacar blancos a esos ángulos, altitudes y velocidades, y de hecho no pueden destruir nada que no se encuentre sobre la superficie terrestre.


Suponiendo, claro, que esa fuera la mejor opción. Lo cual resulta muy dudoso. En principio, parecería lógico pensar que la manera de tratar con una amenaza así es reventarla a fuerza de puros megatones, utilizando sondas como la Deep Impact de la NASA que alcanzó el cometa Tempel-1 el 4 de julio de 2005, pero cargada con bombas de las gordas. Sin embargo, los efectos de un ataque de esta clase no son evidentes por sí mismos. Muchos objetos son relativamente frágiles, y podrían convertirse en una peligrosa tormenta con miles de meteoritos, imposible de detener. A un objeto realmente grande, por otra parte, no le haría ni cosquillas.

Además, juega en nuestra contra la propia gravedad terrestre, que tiende a atraer todo lo que pasa por aquí cerca. La gravedad masiva de Júpiter y Saturno nos protegen, pero la gravedad terrestre nos traiciona. Y por otra parte, los efectos de una detonación termonuclear son muy poco controlables: incluso aunque no fragmentase el objeto provocando así un espantoso Día del Granizo, e incluso aunque lograse la deflexión primaria, aún quedaría por resolver la secundaria; esto es, que no vaya a parar a una órbita desde donde choque contra nosotros poco después y mucho peor.

Se han planteado alternativas menos expeditivas, pero quizá más juiciosas. Si el impactor es algo masivo del tipo de Tea, entonces casi que lo más lógico sería largarnos de aquí, aunque no sepamos muy bien ni cómo ni a dónde. Pero no es probable que queden Teas a estas alturas en nuestro sistema solar. Se puede tratar con un objeto más pequeño siempre que dispongamos del tiempo y de los medios suficientes. A fin de cuentas, un meteorito de estos es algo muy parecido a una nave espacial describiendo una órbita determinada que intercepta la de la Tierra. Por tanto, el problema consiste en cómo modificar un poquito su trayectoria hacia otra órbita más segura para nosotros. Si está todavía lo bastante lejos, menos de un segundo de arco puede ser suficiente.


Una de estas alternativas implica también el uso de armas nucleares, pero en este caso haciendo estallar varias más pequeñas a cierta distancia del blanco, de manera consecutiva. La mayor parte de la energía de una carga termonuclear se libera en forma de rayos X y neutrones rápidos, con mucha energía cinética, capaces de empujar al objeto hacia otro rumbo. Se trataría, pues de una forma de propulsión por pulsos nucleares.

Recientemente, el Equipo de Conceptos Avanzados de la Agencia Espacial Europea ha determinado que no sería necesario recurrir a las armas nucleares en el caso de objetos del tamaño de 2003 SM84, con 115 metros, o incluso Apophis, que viene teniendo un cuarto de kilómetro de diámetro. Para demostrarlo, han diseñado la misión Don Quijote, que debe partir hacia uno de los dos en 2011: un orbitador llamado Sancho, a quien ya se sabe un tanto cobardica, se situará en las proximidades del asteroide para tomar las mediciones; y un colisionador pesado llamado Hidalgo se estrellará contra el mismo a diez kilómetros por segundo, como si cargara contra los molinos creyéndolos gigantes. Parece una broma, pero es la metáfora que ha elegido la ESA para darles nombre, y a mí al menos me parece muy apropiada. Es de esperar que la carga de este ingenioso hidalgo tenga más éxito que la de su antecesor, y compruebe que es posible desviar un asteroide de un cuarto de kilómetro mediante un simple impacto directo, por pura energía cinética. Colisionadores más pesados y veloces podrían, lógicamente, hacerse con objetos mayores.



Video de la misión Don Quijote prevista para 2011.
(Equipo de Conceptos Avanzados, Agencia Espacial Europea)

No son estas las únicas propuestas posibles. Desde tractores gravitacionales hasta espolvorear el objeto con hollín o talco para cambiarle el albedo y desviarlo por efecto Yarkovsky, las posibilidades son muchas. Entre otras, la opción simple de instalarle una vela solar o incluso un motor más o menos convencional que le modifique la trayectoria.

Así que tecnología tenemos para impedir que el cielo caiga sobre nuestras cabezas, como temieran los galos de Astérix y puede que hubieran debido temer los grandes saurios. Lo que hace falta, sobre todo, es dinero: en el momento actual, dinero para asegurarse de que tenemos un sistema de alerta temprana exhaustivo y eficaz. Si el objeto es detectado a distancia suficiente, desviarlo no tiene por qué ser ni muy crítico ni muy costoso. Pero a nadie nos gusta pagar impuestos, y seguramente continuaremos con los casi artesanales medios actuales una buena temporada más. A menos que la gente lúcida se imponga, comprendiendo que una moderada inversión ahora puede convertirse algún día en nuestra única, nuestra última oportunidad. El Día del Meteorito. Si es que llega, claro.

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4 comentarios:

  1. Muy buen artículo Yuri.
    Una pregunta: ¿cuál es el origen más frecuente de los NEO's? Es decir, el cinturón entre Marte y Júpiter tiene una órbita bastante estable, también se habla de otros cinturones en el sistema solar. ¿Qué estabilidad/órbita tienen? ¿Se sospecha de otros NEO's de más allá del sistema solar? Si ya es difícil detectarlos, no me imagino la tarea de "perseguirlos"... Saludos y gracias por tu labor :p

    pd. ¿recibiste mi respuesta de fe y razón? Te escribí como hace 3 meses ;)

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  2. Hola, Varial, tiempo sin verte. :)

    La mayor parte de ellos proceden del cinturón de asteroides. Luego están los cometas, que pueden venir del cinturón de Kuiper o de la nube de Oort. En general, todos ellos son "sobras" de la formación del sistema solar.

    PD: No. :(

    ¿Dónde me la mandaste?

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  3. Seguramente no estamos dispuestos a pagar esos impuestos. Tampoco es probable que nadie nos obligue a ello, por desgracia. Evidentemente lo ideal sería que nos concienciásemos de lo que nos va en ello y nosotros mismos lo pidiésemos.

    Pero aún hay algo que resultaría más chachi. Sería poder gastar en estas cosas lo que gastamos actualmente en defendernos de nosotros mismos. Y así, además, quizá no tendríamos que preocuparnos del lado negativo de esta tecnología tan maravillosa de mover meteoritos. ¿Os imaginais cuál es?

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