La pizarra de Yuri: marzo 2010

martes, 30 de marzo de 2010

LHC: primera física.

El Gran Colisionador de Hadrones comienza a proporcionar resultados científicos, ¡cientos de miles de colisiones a 7 TeV!



Consumatum est.  :-)

Hace aproximadamente unas cuatro horas, siendo las 13:06 Hora Central Europea, el Gran Colisionador de Hadrones del CERN ha hecho impactar con absoluta precisión dos haces de partículas a una energía de siete teraelectronvoltios; lo que, unido a sus otras capacidades, representa el inicio del programa científico más difícil, potente y avanzado de la historia de la humanidad. ¿El precio? Unos seis mil millones de euros en total, más o menos lo mismo que el estado español aporta a la Iglesia cada año.

En estos momentos, están ya decelerando. Sobre las 16:30 CET, los experimentos del LHC habían registrado ya más de medio millón de eventos, durante más de tres horas de operación ininterrumpida. En palabras de la portavoz del experimento ATLAS, Fabiola Gianotti, "con estas energías de colisión que rompen todas las marcas anteriores, los experimentos del LHC quedan propulsados a una vasta región para explorarla; comienza la caza de la materia oscura, de nuevas fuerzas, nuevas dimensiones y el bosón de Higgs."

Guido Tonelli, portavoz del experimento CMS, añade: "Estamos impresionados por lo bien que funciona, y es particularmente satisfactorio constatar cómo trabajan nuestros detectores de partículas mientras los equipos de físicos de todo el mundo están ya analizando los datos. Vamos a tratar con algunos de los mayores rompecabezas de la física moderna, como el origen de la masa, la gran unificación de las fuerzas y la presencia de materia oscura abundante en el universo. Vienen tiempos muy interesantes."


Por su parte, el portavoz de ALICE ha señalado: "Estamos esperando los resultados de las colisiones protónicas, y a finales de este año, las de los núcleos de ión-plomo, que nos permitirán observar de manera novedosa la naturaleza de la interacción fuerte y de la evolución de la materia en el universo primordial." En el LHCb, se disponen ya a explorar la naturaleza de la asimetría entre materia y antimateria, cuya interacción constituye la fuente de energía más potente del universo conocido.


A partir de ahora, el LHC va a funcionar durante 18 a 24 meses, según vayan las cosas. Su primer objetivo es "redescubrir" (es decir: confirmar a una potencia mucho mayor) el actual Modelo Estándar de Partículas. Inmediatamente a continuación, iniciará la búsqueda sistemática del bosón de Higgs, que puede explicar la manera en que la energía se convirtió en materia (y aportar grandes conocimientos nuevos sobre las maneras de convertir energía en materia y materia en energía). El primer barrido se realizará sobre la hipótesis de que el bosón de Higgs tiene una masa en torno a 160 GeV; si no fuera así, habrá que buscarlo a masas distintas en aceleraciones posteriores. Con respecto a la supersimetría, ATLAS y CMS son sensibles a partículas supersimétricas con masas de hasta 800 GeV, el doble de lo que era posible hasta ahora. Dice Rolf Heuer, director general del CERN, que "el LHC tiene una oportunidad real de descubrir partículas supersimétricas durante los próximos dos años, lo que posiblemente nos permitirá entender la composición de una cuarta parte del universo."

Incluso en los extremos más exóticos del potencial del LHC, este acelerador duplica las probabilidades de investigación. Por ejemplo, sus detectores son sensibles a nuevas partículas masivas hasta 2 TeV, que indicarían la existencia de dimensiones adicionales en la realidad.

Después de esta primera fase de 18-24 meses, el LHC cerrará para mantenimientos de rutina y para consolidar las reparaciones necesarias con el objeto de llegar a su energía de diseño de 14 TeV, que no es posible por el momento debido al incidente del 19 de septiembre de 2008. Esta es una fase de operación excepcionalmente larga; tradicionalmente, el CERN ha operado sus aceleradores en ciclos anuales de 7-8 meses de funcionamiento y 4-5 para mantenimiento y actualizaciones. Pero como se trata de una gigantesca máquina criogénica funcionando a temperaturas más bajas que las que se dan en el espacio profundo, requiere un mes de enfriamiento y otro mes de calentamiento, por lo que este ciclo anual ha perdido su razón de ser. Así pues, el CERN opta ahora por ciclos más largos tanto de operación sostenida como de mantenimiento y actualizaciones.


Además de sus posibilidades en alta física, la ciencia extremadamente avanzada que se utiliza en el CERN ha proporcionado y proporciona habitualmente numerosas tecnologías de uso práctico inmediato, como la web de Internet que estás utilizando ahora mismo, los actuales detectores de alta resolución para la tomografía por emisión de positrones (PET) de uso extensivo en medicina, isótopos especiales para tratamientos radioterapéuticos contra el cáncer, paneles solares de alta eficiencia, instrumentos de precisión extrema utilizados en ingenierías de la electricidad y el electromagnetismo o nuevos procesos químicos para la producción de circuitos electrónicos, entre otras. Puedes echar un vistazo a su web de transferencia de tecnologías aquí.

A favor de todos, y en contra de nadie.


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domingo, 28 de marzo de 2010

¿Qué pasaría si un agujero negro entrara en el sistema solar?

Nada existe para ser temido. Sólo para ser entendido.
María Curie.

Por su singularidad, en todos los sentidos, los agujeros negros constituyen uno de los objetos astronómicos que más han cautivado la imaginación del público. Y se oye muchas veces la pregunta: ¿qué sucedería si una de estas rarezas cósmicas se aproximara a nuestro sistema solar, o incluso penetrara en él? Muchos piensan que se nos tragaría sin remisión, ñam. Y sin embargo, no tienen razón. ¿Cómo es eso posible?

Agujeros negros.

Un agujero negro es una región del espacio de donde nada, ni siquiera la luz, puede escapar; los causa una deformación del espaciotiempo debido al colapso gravitacional de una masa. Teóricamente, cualquier cantidad de masa formará un agujero negro si su propia gravedad es capaz de comprimirla sobre sí misma hasta que se vuelva tan pequeña como su radio de Schwarzschild; en el caso del Sol esto serían unos tres kilómetros y, en el de la Tierra, de unos nueve milímetros. En principio, cualquier masa mayor que una masa de Planck podría formar uno; una masa de Planck equivale a unos pocos microgramos.

Sin embargo, los agujeros negros pequeños (llamados microagujeros negros o agujeros negros mecanocuánticos), en caso de existir, tienden a perder materia en vez de capturarla. Este fenómeno se conoce como evaporación de Hawking o radiación de Hawking-Bekenstein (y este es uno de los muchos motivos por los que quienes creían que el LHC iba a destruirnos están equivocados). Alimentar un microagujero negro es como querer llenar una bañera sin fondo: si abrimos el grifo lo bastante, por un momento parecerá que está llena de agua, pero al instante ya no se hallará allí.

Para que un agujero negro llegue a formarse y ser estable, hace falta una masa implicada equivalente más o menos al triple que nuestro Sol, con un mínimo absoluto en una vez y media (en la práctica, si no llega a 2,7 veces el Sol se convertirá en una estrella de neutrones, no un agujero negro). Este es el límite TOV (Tolman-Oppenheimer-Volkoff), que se deriva directamente del Principio de Exclusión de Pauli y del límite de Chandrasekhar para la formación de materia degenerada. Dicho en pocas palabras: ni siquiera toda la masa del sistema solar junta es suficiente como para que llegue a producir un agujero negro estable. El candidato más pequeño a agujero negro que conocemos en la actualidad, XTE J1650-500 en la constelación del Altar, es casi cuatro veces más masivo que el Sol (y el sistema solar).

Los agujeros negros se forman cuando una estrella lo bastante masiva se queda sin combustible y muere. Las estrellas, como nuestro Sol, son fundamentalmente grandes acumulaciones del hidrógeno primigenio concentradas por atracción gravitatoria en una esfera cada vez más compacta y densa. Hay un punto en que la presión (y con ella la temperatura) es capaz de superar la repulsión electrostática entre los núcleos atómicos, y entonces puede comenzar la fusión del hidrógeno y el deuterio primordial. En ese momento la estrella se enciende y equilibra; dicho muy burdamente, la explosión termonuclear constante que padece contrarresta el colapso gravitatorio que la formó. Así, permanece estable durante cientos, miles o decenas de miles de millones de años en forma de una esfera energética; tal cosa es una estrella, un sol. El nuestro se formó junto con la Tierra y el resto de los planetas hace unos 4.500 millones de años, y durará otros tantos.

Durante este proceso, las estrellas más antiguas (llamadas la población III) comenzaron a producir por fusión núcleos atómicos más pesados; todos los elementos hasta el 26 (hierro), incluyendo grandes cantidades de helio que vino a sumarse a su contenido en helio primordial. Conforme las estrellas van consumiendo su hidrógeno, la fusión se debilita. Entonces, la fuerza gravitatoria vuelve a ser más intensa que la explosión sostenida, y comprime el sol hasta un nuevo punto en el que es posible la fusión del helio. A continuación pueden ocurrir tres cosas distintas, dependiendo de su masa.

Las pequeñas (menos de la mitad del Sol, con mucho las más comunes del universo) no tienen masa suficiente como para provocar tanta presión que el helio llegue a encenderse (la fusión del helio sólo se produce a presiones y temperaturas muy altas). Entonces se convierten lentamente en enanas rojas, fusionando lentamente su hidrógeno residual durante billones de años. Algunas pasarán por una fase de enana blanca (con nova o sin nova) y finalmente, dentro de muchísimo tiempo, todas ellas esencialmente se apagarán en forma de enanas negras.

Las de mediano tamaño (más o menos como nuestro Sol) sí pueden causar compresión gravitatoria suficiente como para que el helio fusione. Esto embala la fusión del hidrógeno residual, y entonces la estrella crece y se expande hasta convertirse en una gigante roja. Cuando eso le ocurra a nuestro Sol dentro de cinco mil millones de años, se tragará a Mercurio y Venus y no está claro si también a la Tierra, pero en todo caso ésta resultará abrasada por completo (en realidad el proceso empezará mucho antes: en tres mil millones de años el agua terrestre se habrá evaporado y con ella la vida). Las gigantes rojas consumen su combustible muy rápidamente y además expulsan sus capas exteriores de materia, formando nebulosas, por lo que sólo duran unos millones de años antes de convertirse también en enanas blancas y finalmente apagándose como enanas negras dentro de cantidades abismales de tiempo.

Pero las grandes comienzan a fusionar helio masivamente y entonces se pueden convertir en una diversidad de monstruos cósmicos que normalmente culminan con alguna clase de fenómeno catastrófico. Consumen a toda velocidad el helio y el hidrógeno residual, y las más gigantescas empiezan a hacerlo también con el carbono, el neón, el oxígeno e incluso el silicio que han producido durante las reacciones anteriores; resulta complicado imaginar la clase de densidad y temperatura precisas para fusionar núcleos de elementos como el silicio. Algunas se transforman en subgigantes o gigantes, pero las verdaderamente enormes llegan a formar supergigantes e incluso hipergigantes como VV Cephei A o VY Canis Majoris; si nuestro Sol fuera una de estas, su esfera llegaría casi hasta Saturno.

Se consumen tan deprisa que no viven mucho: unos pocos millones de años (y, cuando empiezan a fusionar silicio, ya sólo les quedan cinco días). Suelen acabar en forma de supernovas: lo que viene siendo una explosión termonuclear de calibre cósmico, más brillante que una galaxia entera. Y cuando lo hacen como una supernova por colapso nuclear, el núcleo residual evoluciona hasta transformarse en una estrella compacta: enanas blancas, estrellas de neutrones, estrellas exóticas o la forma extrema de colapso gravitacional que forma un agujero negro. Otras, las absurdamente gigantescas, pueden implosionar directamente hacia este mismo final.

El candidato claro más cercano para sufrir uno de estos procesos de manera inminente (si es que no ha ocurrido ya y el frente fotónico está en camino) es nuestra vieja amiga Betelgeuse, alfa de Orión. Betelgeuse es una supergigante roja a entre 500 y 640 años luz de distancia, con veinte veces la masa del sol: justo en el borde que le permitiría mantener un núcleo por encima del límite TOV y llegar a convertirse en un agujero negro. Presenta un fenómeno de contracción rápida (el 15% en 17 años, y acelerándose) compatible con el colapso nuclear que conduce a una supernova de tipo II. Pero no nos hagamos ilusiones aún: podría deberse a cualquier otra razón.

¿He dicho hacernos ilusiones? ¿Estoy loco o qué? ¿Una estrella de neutrones o un agujero negro ahí al lado en términos cósmicos y el Yuri se hace ilusiones?

Sí. :-D ¡Sería extraordinario! Lo peor que puede pasar es un brote de rayos gamma, que de todas formas no nos alcanzaría significativamente porque el eje rotacional de Betelgeuse no apunta hacia nosotros. Tendríamos una buena ducha de neutrinos y rayos cósmicos que quizá pudieran llegar a deteriorar algún satélite, un objeto en el cielo tan brillante como la Luna llena durante algún tiempo, y una nueva nebulosa durante una temporada más. Y un montón de respuestas sobre el origen y evolución del universo, junto a otras tantas preguntas nuevas y mejores más. Por lo demás, no te acuestes muy tarde que mañana se trabaja. No pensarás que te ibas a librar sólo porque haya estallado una supernova y se esté formando un posible agujero negro aquí al lado como quien dice, ¿no?

De las fuerzas elementales.

De hecho, ha ocurrido muchas veces. Lo del agujero negro no (¡lástima!), pero lo de las supernovas, sí. Hace 2.800.000 años, cuando nuestros antepasados australopitecos ya andaban por aquí, una detonó lo bastante cerca como para dejar el planeta perdido de hierro-60. En tiempos históricos han estallado muchas.

¿Y con el agujero negro qué hacemos? Mira: a pesar de su aura tenebrosa, un agujero negro es un objeto físico como cualquier otro en este universo. Del horizonte de eventos para fuera, las leyes habituales de la física no se ven afectadas: su comportamiento sigue siendo como el de cualquier otra estrella de similar masa. ¿Y qué es esto del horizonte de eventos?

Cuando un agujero negro se forma y estabiliza por cualquiera de las vías que hemos visto antes, el núcleo colapsado se comprime hasta alcanzar volumen cero y densidad infinita: la singularidad. Esto es difícil de visualizar con la percepción clásica y requiere de la Relatividad; pero es posible, ya lo creo que sí. Se ha hablado mucho de las extrañas anomalías espaciotemporales que un monstruo tan extraño produce o puede producir (en realidad, no lo sabremos verdaderamente hasta que no logremos la teoría de la gravedad cuántica), pero ninguna de ellas sale del horizonte de eventos. De hecho, nada de lo que ocurra dentro del horizonte de eventos puede alcanzar a un observador exterior, ni siquiera la luz: por eso es un agujero negro.

El horizonte de eventos (que a grandes rasgos coincide con el radio de Schwarzschild) es el punto a partir del cual la velocidad necesaria para escapar del agujero negro es superior a la velocidad de la luz; como nada que tenga masa o transporte información puede ir más rápido que la velocidad de la luz, nada en este universo puede escapar de un agujero negro más allá del horizonte de eventos. Sin embargo, más acá, no es más que un astro como otro cualquiera, con su masa original (la densidad es infinita en la singularidad, pero no la masa). Se puede orbitar y existir en general alrededor de un agujero negro. De hecho, es como si la estrella que lo formó siguiera estando allí, sólo que en una forma diferente.

¿Y hasta dónde llega este horizonte de eventos? En los agujeros negros estelares que conocemos, los mayores horizontes de eventos tienen... unos trescientos kilómetros de circunferencia, que vienen a ser cincuenta de radio.

¿Cómo? ¿Sólo cincuenta kilómetros?

Sí, sí, cincuenta kilómetros. Si hubiera un agujero negro como quince soles en el Ayuntamiento de Valencia, estarías fuera del horizonte de eventos llegando a Castellón. Si estuviera en la Puerta del Sol de Madrid, seguirías pudiendo escapar desde Toledo. Si se hubiese establecido en la Plaça de les Glòries Catalanes, te librarías situándote un poquito más allá de Vilanova i la Geltrú. Si nos lo encontráramos formándose en el estadio del Boca Juniors de Buenos Aires, nos situaríamos fuera del horizonte de eventos más o menos por General Rodríguez.

Incluso en el caso de agujeros negros supermasivos como los que se encuentran en el centro de las galaxias, con cientos y miles de millones de masas solares, la distancia de seguridad tras del horizonte de eventos no está mucho más lejos que la órbita de Plutón, y bastante más cerca que Sedna. Si te alejas unos cuantos sistemas solares, es prácticamente irrelevante.

Lo que sí deberías hacer para no caer hacia él, claro, es orbitar a su alrededor igual que orbitarías alrededor de cualquier otro astro de masa similar. Si el agujero negro se deriva (como toca) de una estrella con masa en similar orden de magnitud, entonces el resto del universo más allá de ese pequeñísimo horizonte de eventos, esencialmente, ni se inmuta.

Y entonces, ¿qué pasaría si un agujero negro entrara en el sistema solar?

Pues lo mismo que si se paseara por aquí cerca cualquier otro objeto de masa similar.

Como hemos visto, no hay nada en nuestro sistema solar ni en unos quinientos años-luz a la redonda que pueda convertirse en un agujero negro. La única posibilidad de enfrentarnos a uno de ellos es que se tratara de un agujero negro errante circulando por nuestro brazo galáctico (o, más bien, con nosotros circulando hacia él). La probabilidad de que tal cosa suceda es extremadamente baja, una montaña de ceros después de la coma y antes del uno, pero aún así supondremos que ocurriera, para dar respuesta a la preguntita de marras.

Con tal propósito vamos a utilizar una aplicación llamada PPNCGS (Parameterized Post Newtonian Collisionless Gravity Simulator), desarrollada por el amigo indonesio, otaku y matemático Fendy Sutandio (Orichalc) sobre este estudio de la NASA. Funciona notablemente bien, y nos permite simular con bastante exactitud la interacción gravitatoria entre astros (o cualquier otra masa).

Por simplicidad (y porque si quieres un paper detallado en vez de un post divulgativo, yo necesito dos meses y tú necesitas un talonario de cheques :-D ) cargaremos únicamente los datos del Sol y los nueve planetas tradicionales en una alineación convencional y sin tener en cuenta rarezas orbitales como las de Plutón. Resulta suficiente para una buena aproximación, y he hecho un par de pruebas que me sugieren la conjetura de que los resultados son muy parecidos aunque no incorporemos todos esos detalles.



Ponemos en marcha el simulador y, así, pronto obtenemos las órbitas esquemáticas convencionales de nuestro sistema solar (en la realidad, las de Marte y Mercurio serían un poquito más excéntricas, y la de Plutón notablemente más excéntrica, hasta cruzarse con la de Neptuno; además de inclinada 17º con respecto a la eclíptica). En una proyección a cien años, los planetas más lejanos no tienen tiempo de describir una órbita completa alrededor del Sol:



Muy bien: ya tenemos un modelo gravitacional simplificado de nuestro sistema. Ahora vamos a añadir un agujero negro estelar típico de diez masas solares, al que bautizaremos como Abaddón: el ángel exterminador. Haremos que apunte más o menos hacia la posición actual de la órbita de Saturno, desplazándose a sesenta kilómetros por segundo, procedente del sur celeste para cruzar la eclíptica en ángulo más o menos recto:



Ejecutamos el simulador y...



Oops. Parece que al sistema solar no le ha sentado muy bien. Pero no porque Abaddón haya "succionado" nada en particular, sino debido a la atracción gravitatoria de una masa tan inmensa. Lo mismo habría sucedido si se hubiese tratado de cualquier otro objeto con una masa parecida en vez de un agujero negro. Observamos que el Sol ha salido propulsado hacia el agujero negro, arrastrando a todos los planetas interiores (incluída la Tierra). La perspectiva (y el tamaño que le he puesto a Abaddón) engaña, pues parece que el Sol y los planetas interiores hayan caído directamente en él, con lo que habrían sido absorbidos. Pero en realidad, está pasando por "encima" y se cruzan a millones de kilómetros de distancia en el eje norte-sur:


 Por su parte, los planetas exteriores han resultado despedidos lejos del sistema solar originario; en el caso de Júpiter, después de hacer un extraño quiebro alrededor del Sol y cerca de la Tierra. Saturno se aleja a velocidades enormes. Plutón ha invertido su sentido de traslación.

No obstante, la estabilidad de las órbitas interiores es sorprendente. Veamos con más detalle cómo han quedado durante y después del paso de Abbadón:


Puede verse que las órbitas de Mercurio y Venus han quedado prácticamente incólumes. La de la Tierra es ahora más excéntrica, aproximándose mucho a Venus por uno de sus extremos; aparentemente, sigue dentro de la zona de habitabilidad, por lo que la vida en la Tierra podría proseguir. Incluso la vida humana.
Eso sí, no iba a ser divertido. Grandes mareas provocarían gigantescas inundaciones durante el paso de Abaddón y, en menor medida, de Júpiter; es muy probable que estas mareas afectaran al núcleo, manto y corteza terrestre, provocando intensos fenómenos de vulcanismo. Habría importantes tormentas de meteoritos y asteroides hasta que volvieran a estabilizarse. Los veranos pasarían a ser más calientes y los inviernos más fríos, con los subsiguientes cambios climatológicos, evolutivos y ecológicos. Seguramente, el tiempo sería mucho más severo que en la actualidad. Este resultaría un lugar más inhóspito, pero con bastante probabilidad nada que la vida terrestre no haya enfrentado anteriormente.

Más preocupante es la órbita de Marte, que como vemos ha quedado en trayectoria de colisión con Venus, la Tierra y, sobre todo, Mercurio. Cada año marciano conllevaría una posibilidad de impacto planetario, una especie de ruleta rusa cósmica. Y el problema con Júpiter es muy grave. Se ha quedado "flotando" después de la primera pasada, prácticamente desprovisto de velocidad orbital, por lo que durante los siguientes años caería en una órbita muy elíptica que le llevaría una y otra vez al interior del sistema solar, con un periodo de unos 37-50 años. Veamos lo que ocurre durante el siglo siguiente:



Además de las posibilidades de colisión, sólo podemos especular sobre los efectos de este "martilleo gravitacional" repetitivo sobre los planetas interiores, y los efectos que podría tener sobre la rotación solar (que de todas formas variaría significativamente). También deberíamos considerar los problemas causados por su intensa magnetosfera. Curiosamente, la ausencia de los demás planetas exteriores no tendría mucha importancia (a menos que hagamos caso a los astrólogos). Su influencia real sobre la Tierra y los que estamos en ella es prácticamente irrelevante en la actualidad (y lo ha sido a lo largo de toda la existencia humana), por lo que su desaparición no se notaría de manera significativa más que por la pérdida del escudo anti-cometas que suponen debido a su atracción gravitatoria.

Por supuesto, este no es más que uno de los escenarios potenciales. La gravedad es una fuerza muy débil, la más débil de todas por muchos órdenes de magnitud, y en cuanto su fuente se aleja un poco sus efectos se reducen mucho. Si en vez de apuntar hacia la órbita de Saturno, Abaddón apuntase hacia la de Plutón, sólo se notaría su efecto sensiblemente a partir de Saturno (proyección a cien años):



Puede observarse que las órbitas de Saturno y Urano se han vuelto excéntricas; y las de Neptuno y Plutón, además, elípticas hasta el punto de que el primero llega a aproximarse más al Sol que Júpiter, lo que apunta un riesgo bajo de colisión con este último. Por el contrario, las órbitas de los planetas interiores (Mercurio, Venus, Tierra, Marte) y de Júpiter han quedado intactas pese al tránsito del agujero negro. En este escenario, el principal inconveniente para nuestro planeta podría ser la desestabilización del cinturón de asteroides y las acumulaciones transneptunianas, con el consiguiente riesgo de impactos de meteoritos y cometas. Pero eso sería todo, y a eso hemos sobrevivido muchísimas veces.

Si, por el contrario, Abbadón se dirigiera hacia algún punto entre Marte y Júpiter, el sistema solar está perdido por completo (proyección a un año):




En este escenario extremo, la mayor parte de planetas salen despedidos del sistema solar a alta velocidad. Venus quiere hacerlo, pero se queda sin energía y cae hacia el Sol. Lo mismo le ocurre a la Tierra, congelándose primero en un breve viaje hasta más allá de la (antigua) órbita de Saturno. Llama poderosamente la atención la curiosa estabilidad de la órbita de Mercurio, que apenas se altera un poco con un agujero negro de diez masas solares a menos de ochocientos millones de kilómetros; Mercurio está verdaderamente blocado al Sol.

En todo caso, la probabilidad de que un agujero negro se acerque a nuestro sistema solar es extraordinariamente baja. En el mundo real, no hay tantos Abaddones y los más cercanos se hallan a miles de años-luz de distancia: miles de billones de kilómetros. Además, con los instrumentos actuales detectaríamos las anomalías gravitacionales y relativistas de un "errante" en aproximación cientos, seguramente miles de años antes de que llegara al sistema solar (qué hacer después con tal información es un problema distinto...). Lo cierto es que no ha sucedido desde que la Tierra está aquí (eso es un tercio de la edad del universo), y las probabilidades de que ocurra alguna vez son casi cero. Al menos, mientras aún estas cosas le importen a una especie llamada humanidad.

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jueves, 25 de marzo de 2010

Psiquiatría delirante.

A lo largo de su historia, la psiquiatría y la psicología se han usado repetidamente para la represión política y para imponer brutalmente a millones de pacientes indefensos ideas más o menos delirantes.

Vaya por delante: este no es un alegato en favor de la antipsiquiatría. La psiquiatría, la neurología y la psicología son ciencias extremadamente útiles que han aliviado mucho sufrimiento humano y evitado grandes cantidades de males mayores. Sin embargo, flaco favor nos haríamos si eligiésemos ignorar la parte siniestra de unas disciplinas que, con demasiada frecuencia, se han colocado en el lado oscuro violentando en el proceso los principios más esenciales del método científico y del respeto básico por la dignidad humana.

El surgimiento de las modernas ciencias de la mente fue tan complejo y convulso como cualquier exploración de un territorio nuevo y completamente desconocido. Lamentablemente, como ya se puede suponer tratándose de materia relacionada con el ser humano, cada conjetura delirante se cobró sus víctimas y tragedias; y no pocas. Durante mucho tiempo, la psiquiatría y la psicología fueron inseparable del moralismo, la eugenesia social, la religión y la justificación del orden establecido: una especie de neoclericalismo paracientífico. Aún hoy, algunas de sus tesis atufan (por fortuna, cada vez menos), tanto más cuanto más se alejan del estricto método científico.

De hecho, seguimos sin entender en profundidad cómo funciona la mente humana, ese universo interior que hace que seamos lo que somos. La llamada década de la mente, los años '90, aportó muchas cosas útiles pero nada parecido a una comprensión global. En realidad, su resultado más visible son las nuevas generaciones de psicofármacos, que sin duda ayudan a mucha gente pero no dejan de ser una aproximación esencialmente sintomatológica.

El ansia de libertad, una enfermedad mental.

Quizás el ejemplo más clásico de esta psiquiatría delirante aplicada a millones de víctimas sean dos enfermedades mentales diagnosticadas por el (entonces) prestigioso médico Samuel A. Cartwright: la drapetomanía y la dysaethesia aethiopica. Tras estos nombres tan rimbombantes y grecolatinos, tan científicos en su tiempo como las sopas de letras actuales, no se ocultaba más que la justificación clínica de la esclavitud de los negros en el sur de los Estados Unidos. El buen doctor Cartwright, en su Enfermedades y peculiaridades de la raza negra, definió la drapetomanía del siguiente modo:
"Es desconocida para nuestras autoridades médicas, aunque nuestros hacendados y capataces conocen bien su síntoma diagnóstico, el absentismo del trabajo [...] Para observar esta enfermedad, que hasta hoy en día no ha sido clasificada en la larga lista de males a los que está sometido el hombre, se hace necesario un nuevo término que la describa. En la mayoría de los casos, la causa que induce al negro a evadirse del servicio es tanto una enfermedad de la mente como otras especies de alienación mental, y mucho más curable por regla general. Con las ventajas de un consejo médico adecuado, si se sigue estrictamente, este comportamiento problemático de escaparse que presentan muchos negros puede prevenirse por completo, aunque los esclavos se hallen en las fronteras de un estado libre, a un tiro de piedra de los abolicionistas..."

Las causas de esta enfermedad de los negros, para el doctor Cartwright, no podían estar más claras:
"Si el hombre blanco trata de oponerse a la voluntad de Dios, intentando hacer del negro algo más que un ser sumiso con la rodilla hincada (lo que el Todopoderoso declaró que debía ser) intentando elevarlo al mismo nivel que él; o si abusa del poder que Dios le ha dado sobre el otro hombre siendo cruel o castigándolo presa de la ira, o descuidando su protección frente a los abusos arbitrarios de los demás sirvientes y todos los demás, o negándole las necesidades y comodidades comunes de la vida, el negro se escapará; pero si [el propietario] mantiene [a su esclavo] en la posición que hemos aprendido por las Escrituras que debe ocupar, esto es, en posición de sumisión; y si su dueño o capataz es bondadoso y misericordioso al escucharle, aunque sin condescendencia, y al mismo tiempo le suministra sus necesidades físicas y lo protege de los abusos, el negro queda cautivado y no puede escapar."
Todo un humanista, don Samuel. Uno casi puede imaginarse al esclavo en cuestión tumbado en el tradicional diván y al doctor diciéndole: "sus expectativas no son realistas, es usted quien debe adaptarse a la sociedad y no la sociedad a usted, este ansia de libertad que usted tiene es patológica, un trastorno mental, y si no cambia, le causará más sufrimiento...". Aunque, aparentemente, este prócer tenía una medida preventiva de lo más eficaz para evitar tanto gasto y molestia: una tanda estricta de latigazos a tiempo o, en casos extremos, la amputación preventiva de un dedo del pie.


No contento con esta aportación a la humanidad, el doctor Cartwright descubrió otra enfermedad mental de la raza negra: la dysaethesia aethiopica, más conocida por los capataces como granujismo. Sigamos de nuevo a don Samuel en su definición:
"Hay una insensibilidad parcial de la piel, y una letargia tan grande de las facultades intelectuales que la persona parece medio dormida y cuesta mucho estimularla y mantenerla despierta [...] Debido a los movimientos descuidados de los individuos afectados por este mal, son capaces de causar muchos daños, que parecen intencionales pero se deben a la estupidez de la mente y la insensibilidad de los nervios ocasionados por la enfermedad. Así, rompen, malgastan y destrozan todo lo que manejan; abusan de los caballos y el ganado; rasgan, queman o deterioran su ropa; y, sin ninguna atención a los derechos de propiedad, roban a los demás para reemplazar lo que han dañado. Vagan por las noches y están medio dormidos durante el día, desairan su trabajo [...] como si fuera por pura maldad. Crean problemas con los capataces y los demás sirvientes sin causa ni motivo, y parecen ser insensibles al dolor cuando se les castiga."
La etiología de este mal tampoco se escapaba al agudo intelecto del médico:

"La gente y los médicos norteños han observado los síntomas, pero no la enfermedad de donde surgen. Ignorantemente, atribuyen estos síntomas a la influencia envilecedora de la esclavitud sobre la mente, sin considerar que los que nunca antes habían sido sometidos a esclavitud, o sus padres antes que ellos, son quienes más la padecen; y quienes menos, los del Sur esclavista. Esta enfermedad se origina de manera natural en la libertad de los negros: la libertad de estar ociosos, de regodearse en la porquería, y de permitirse comidas y bebidas inadecuadas."
Por fortuna, nuestro benefactor de la humanidad también tenía un remedio para esta terrible enfermedad:
"La mejor manera de estimular la piel es, primero, lavar bien al paciente con agua tibia y jabón; después, ungirlo por completo con aceite, y azotarlo con una correa ancha de cuero para asegurar su absorción cutánea; finalmente, poner al paciente a realizar algún tipo de trabajo duro a la luz del sol."
Sí, todo esto parece alguna clase de broma de dudoso gusto, pero no lo es. El doctor Cartwright existió, sus diagnósticos y tratamientos también, y no fue el único ni mucho menos. Desafortunadamente, muchas de las primeras aproximaciones al estudio de la mente humana y la antropología social estaban estrechamente vinculadas al denominado racismo científico del siglo XIX, que se encuentra también en el germen de ideologías racialistas como el nazismo.

Frenología, craneometría, racismo y nazismo.

Durante el siglo XIX y principios del XX, las ciencias humanas y de la mente aún estaban en mantillas, sin separar de la filosofía, la moral y la religión. Entre el retraso que padecían y estos contaminantes extracientíficos, la antropología, la neurología, la psiquiatría, la psicología y la sociología dieron lugar a muchas rarezas que contribuyeron a unas cuantas pesadillas. Entre estas se encuentra la frenología, creada por el médico alemán Franz Joseph Gall allá por 1796 y denunciada como pseudociencia ya en 1843 por el francés François Magendie.

El sustrato básico de la frenología –que el cerebro es el órgano exclusivo de la mente, y que distintas áreas del cerebro pueden tener funciones diferentes– era en principio correcto. Quizás por eso duró tanto, aunque el resto de sus conclusiones fueran falaces. Entre estas, que las facultades morales e intelectuales sean puramente innatas, que la forma del cráneo replique la del cerebro y sus áreas funcionales, o que estas formas puedan utilizarse para investigar la propensión a la virtud, el vicio y al crimen; cosas que no son ciertas y algunas son radicalmente falsas.

Tales ideas no eran nuevas: están relacionadas con supercherías antiguas como la fisiognomía, según la cual sería posible hacer similares predicciones con las facciones de la cara (la cara es el espejo del alma y todo eso). Combinadas con la craneometría del racialismo eurocéntrico decimonónico, estas tesis contribuyeron enormemente a la argumentación en favor de supuestas razas superiores e inferiores, plasmadas notoriamente en el Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas de Arthur de Gobineau. Toda clase de patriotismos y nacionalismos europeos las dieron por buenas, con diferentes matices, para justificar su propia superioridad respecto al resto de la humanidad: naturalmente, todos ellos hacían coincidir las características superiores con los rasgos típicos de la etnia dominante en sus propios países. Y entre ellas, de manera notoria, el movimiento völkisch y demás ámbitos ultras donde surgiría el nazismo alemán, mezclado con teosofía, romanticismo y el tradicional racismo y antisemitismo europeos.

La idea de limpiar la raza mediante técnicas de eugenesia o simple eliminación física de los inferiores se deriva a continuación de manera casi natural. Fue el antropólogo francés G. Vacher de Lapouge quien en su libro El ario y su papel social (1899) dio forma final a esta inquietante deducción. Tuvo un éxito instantáneo, y no sólo entre las clases medias y altas del Sacro Imperio Romano Germánico donde iban tomando fuerza distintas variaciones del völkisch, sino que rápidamente atravesó la tierra y el mar para alimentar el supremacismo blanco en los Estados Unidos (y a sus notables representantes del Ku Klux Klan), justificar moralmente el colonialismo y las distintas formas de apartheid, e incluso proponer el exterminio de grandes masas de población.

Fueron estos pseudocientíficos quienes dieron su aspecto final a tales batiburrillos ideológicos, generalmente bajo el nombre de higiene racial; de manera muy destacada, los médicos Karl Brandt y Alfred Ploetz, los psiquiatras Ernst Rüdin, Werner Heyde y Alfred Hoche, el psicólogo Robert Ritter, la psicóloga y antropóloga Eva Justin, el genetista Fritz Lenz, el ingeniero agropecuario especializado en cría del ganado Walther Darré, el lingüista y zoólogo Hans Günther, y los juristas Karl Binding y Carl Schmitt junto al presidente del Colegio de Médicos del Reich Gerhard Wagner. Bajo su égida, miles de periodistas, médicos, antropólogos, psiquiatras y genetistas se dedicaban a medir incansablemente cráneos, narices, bocas, tonos de la piel y del cabello y otros rasgos humanos para argumentar la necesidad de salvar a la raza superior frente a las inferiores, así como contra la degeneración de los discapacitados psíquicos y personas con taras genéticas. Se publicaban miles de artículos supuestamente científicos y numerosos periódicos y revistas racistas, incluyendo las muy populares Neues Volk y Volk und Rasse. Hitler y Himmler estaban en su salsa.

El genocidio nazi comenzó así con la Aktion T-4 en las clínicas psiquiátricas privadas del economista metido a antropólogo Viktor Brack, que acabaría colgando de una cuerda tras los juicios de Nüremberg. Durante los siguientes 22 meses, la Aktion T-4 exterminó a más de setenta mil incurables para limpiar la raza aria, entre ellos unos cinco mil niños. Después, llevando al límite estos mismos principios, vino el Holocausto.

Lobotomías a tutiplén.

Sobre similar sustrato frenológico, el neurólogo portugués António Egas Moniz desarrollaba a partir de 1935 una técnica neuroquirúrgica llamada leucotomía, más conocida como lobotomía. António Egas fue sin duda un hombre genial, que recibió el controvertido premio Nobel de 1949 por esta invención, presentada como poco menos que la panacea para numerosas enfermedades mentales, desde la esquizofrenia hasta la depresión.

El procedimiento consistía ni más ni menos que en destruir los lóbulos frontales del cerebro a través de perforaciones en el cráneo. Los lóbulos frontales, entonces considerados como una especie de amígdalas poco útiles, son los que coordinan nuestra voluntad para alcanzar un fin a través de la motivación y la conducta.

Se convirtió en una moda médica, y las lobotomías se hicieron casi tan frecuentes como la intervención para la amigdalitis; sobre todo en los países nórdicos, el Reino Unido y los Estados Unidos. Esto último ocurrió a consecuencia de que un neuropsiquiatra estadounidense, Walter J. Freeman, descubrió una técnica para practicarlas con sencillez y facilidad, en plan ambulatorio. Para las primeras usó, literalmente, un picahielos a través de las órbitas superiores de los ojos (dando lugar a la expresión lobotomía con picahielos); después elaboró un instrumento un poquito más sofisticado llamado orbitoclasto (ver imagen). Provisto de los mismos, hacía recorridos a tanto el tajo por numerosos hospitales norteamericanos, en su furgoneta, a la que llamaba el lobotomóvil. Si estás pensando que todo esto es alguna especie de chiste de humor negro, te invito a verificarlo por tu cuenta.

Se practicaron decenas de miles de lobotomías, a veces con razones más o menos justificadas y otras con cualquier excusa como combatir los cambios de humor en adultos, el síndrome de ama de casa o el mal comportamiento y la masturbación en los niños. La mayor parte de las víctimas fueron mujeres, niñas o muchachas jóvenes, como Rosemary Kennedy, hermana del asesinado presidente John F. Kennedy. Rosemary sufría un ligero retraso mental, que al llegar a la adolescencia se transformó en un carácter difícil, aunque sensible. Los médicos decidieron practicarle la lobotomía. Desde luego se quedó muy tranquilita, la pobre: con incontinencia urinaria y la mente de una niña pequeña, mirando a la pared indefinidamente. Para siempre.

No todas las lobotomías tenían el mismo resultado, pero muchas sí. Y se usaba para todo, a saco matraco: según el Diccionario de Psiquiatría de 1970, estaba aún recomendada en trastornos afectivos, estados obsesivo-compulsivos, estados de ansiedad crónica y otras enfermedades no esquizofrénicas, esquizofrenia paranoide, esquizofrenia no determinada o de tipo mixto, esquizofrenia catatónica, y esquizofrenia simple y hebefrénica. O sea, prácticamente para cualquier cosa. Ya en 1948, el matemático Norbert Wiener, experto en redes neuronales y padre de la cibernética, había comentado con notable mala leche:
"Últimamente ha habido una cierta boga [de la lobotomía prefrontal]. Esto, probablemente, no deje de estar relacionado con el hecho de que facilita el cuidado y la custodia de los pacientes. Permítanme observar, así de pasada, que matarlos facilita aún más su cuidado y custodia."

En 1950, la Unión Soviética fue el primer país en prohibir la lobotomía por "inhumana" y, con un lenguaje singularmente expeditivo, porque "sólo sirve para transformar locos en idiotas". Pronto les siguieron Yugoslavia, Alemania, Japón y varios estados de los Estados Unidos. Durante los años '70 fue desapareciendo progresivamente en el resto de países, y para finales de los '80 ya no se practicaba. Por el camino, quedaron algunas curaciones sorprendentes y cientos de miles de víctimas reducidas a diversos estados vegetales; aproximadamente 40.000 en los Estados Unidos, 17.000 en el Reino Unido y 9.300 en los países nórdicos, donde fue más popular.

La diferencia y la disidencia como enfermedades mentales.

Un curioso humanitarismo, este de los psiquiatras y neurólogos soviéticos, que mantenían en su país la red de hospitales psiquiátricos penitenciarios conocidos a veces en Occidente como psikhushka (en Rusia este término carece de un sentido represivo específico: es un término vulgar para referirse a cualquier hospital psiquiátrico). En ellos, trataban a quienes sufrían una grave distorsión cognitiva que les impedía apreciar el paraíso de los trabajadores. Los pobres. Por supuesto, ellos también tenían un diagnóstico: si en Occidente gozamos de la drapetomanía, la histeria femenina o la eugenesia, la psiquiatría soviética dedujo que estos pacientes sufrían un trastorno que denominaron esquizofrenia de progresión lenta.

Esta nueva enfermedad, descrita por el médico psiquiatra Andrei Snezhnevsky, se caracterizaba por la presencia de ideas delirantes e irrealistas de verdad y justicia, rasgos paranoides y comportamiento antisocial. El tratamiento es fácil de imaginar: hipnóticos, narcóticos, electroshocks y, a partir del momento en que estuvieron disponibles, potentes ansiolíticos y antidepresivos. Hasta que acabaras viendo la URSS o el mismísimo infierno de color de rosa. Varios cientos de disidentes padecieron esta clase de tratamientos. En la actualidad, se sospecha que algunas personas siguen siendo ingresadas contra su voluntad en Rusia por no poder ver las ventajas del sistema presente.

Y es que la idea de que los oponentes a tu sistema político favorito deben andar mal de la azotea, como hemos visto, no es nueva. En España, durante el franquismo, también tuvimos unos cuantos de la escuela del catedrático de psiquiatría de la Universidad de Madrid y jefe de los Servicios Psiquiátricos Militares Antonio Vallejo-Nágera (que no hay que confundir con su hijo Juan Antonio). Este galeno, en trabajos como Psiquismo del fanatismo marxista, Investigaciones psicológicas en marxistas femeninos delincuentes, Eugenesia de la hispanidad y regeneración de la raza o Política racial del nuevo estado no sólo trataba de encontrar el gen rojo y la manera de erradicarlo, sino que también justificaba la necesidad de mantener sumisas a las mujeres y proponía un modelo de salud mental basado en un "militarismo social, que quiere decir orden, disciplina, sacrificio personal, puntualidad en el servicio, porque la redoma militar encierra esencias puras de virtudes sociales, fortaleza corporal y espiritual". Para la mejora de la raza se precisaba "la militarización de la escuela, de la Universidad, del taller, del café, del teatro, de todos los ámbitos sociales". Con este propósito, propuso medidas como el restablecimiento de la Santa Inquisición.

No sólo en regímenes dictatoriales como la URSS o la España de Franco fueron comunes estos afanes de identificar al enemigo ideológico o a las minorías sociales o étnicas con la locura o la debilidad mental. Esto le ocurrió, por ejemplo, a las personas homosexuales. Es muy conocido el caso del padre de la informática moderna y genio de las matemáticas y de la criptografía, Alan Turing, que se suicidó en 1954 después de sufrir castración química y otros brutales tratamientos hormonales para no ir a la cárcel tras una acusación de indecencia grave. Las terapias aversivas –poco más que una forma de tortura para causar miedo y rechazo– se han usado a gran escala y se siguen usando en menor medida para modificar la conducta y específicamente la conducta sexual, con el resultado que cabe esperar: ninguno. No se puede curar lo que no es una enfermedad.

Varias personas detenidas han fallecido recientemente en Estados Unidos y otros países, bajo custodia policial, como consecuencia de una enfermedad aparentemente mortal y hasta ahora desconocida que algunos médicos han catalogado como delirio excitado. Sugieren las malas lenguas que se trata en realidad de muertos por abuso del táser y otras armas eléctricas, incorporados masivamente durante los últimos años a la labor policial.

El experimento Rosenhan.

En 1973, el psicólogo David Rosenhan iniciaba un curioso experimento por cuenta propia. Conchabó a ocho amistades sin ningún historial ni síntoma de enfermedades mentales, y los nueve se ingresaron en diversos hospitales psiquiátricos haciéndose pasar por lo que denominaron pseudopacientes. Utilizaron seudónimos para registrarse, y los que trabajaban en el campo de la salud mental inventaron profesiones alternativas para no delatarse. Todos ellos declaraban los mismos síntomas: aseguraron haberse ingresado porque oían voces, difíciles de distinguir, pero que incorporaban las palabras "vacío", "hueco" y "ruidos sordos". Si los admitían, no debían mostrar ningún otro síntoma anómalo, y decir que las voces habían desaparecido tras su ingreso.

Todos fueron admitidos, en hospitales repartidos por todos los Estados Unidos, desde pobrísimos manicomios rurales hasta prestigiosos hospitales universitarios e incluso una clínica privada carísima, que les costó un pastón. Todos fueron diagnosticados con esquizofrenia, menos en la clínica privada, donde la elección fue psicosis maniaco-depresiva. Permanecieron entre 7 y 52 días, con una media de 19, y se les daba el alta como pacientes esquizofrénicos "en remisión".

Ni uno solo de los centros los identificó correctamente como simuladores, incluso a pesar de que algunos de ellos estuvieron tomando notas extensivamente sobre el comportamiento de los médicos, el personal y los pacientes reales; una enfermera llegó a catalogarlo como comportamiento de escritura patológica. Curiosamente, algunos locos de verdad sí que se dieron cuenta, apostando a que eran investigadores o periodistas.

Todos los pseudopacientes intentaron abandonar voluntariamente el hospital, asegurando de buenas maneras que los síntomas habían desaparecido (por si las moscas, había un abogado esperando al otro lado de un teléfono). A ninguno se le permitió hasta que no admitieron estar enfermos y tomar antipsicóticos (que tiraban por el retrete).

Cuando Rosenhan publicó los resultados, se armó considerable escándalo. Algunos otros centros aseguraron que eso no podía pasarles a ellos. El psicólogo pactó con uno de estos que uno o varios pseudopacientes lo intentarían en su hospital durante los siguientes tres meses, cosa que aceptaron. De los 193 ingresos, 41 se consideraron impostores y 42 sospechosos. Como es de esperar, Rosenhan no había mandado ninguno.


Un trastorno para cada uno, psicofármacos para todos.

El experimento Rosenhan abrió las puertas a las primeras críticas sobre la medicalización o patologización del comportamiento y de la sociedad, uno de los debates más intensos en las ciencias de la mente actuales. No son pocos los autores que aseguran que una serie de actitudes consideradas patológicas son en realidad comportamientos normales en el ser humano, aunque molestos o difíciles de admitir por el entorno o la sociedad. Se ha hablado mucho sobre el trastorno con déficit de atención por hiperactividad en niños (ADHD o TDAH), y sobre todo respecto al llamado trastorno negativista desafiante (ODD o TND), así como respecto a la conveniencia y posibilidad de formar personas independientes con la muleta de los psicofármacos desde la infancia. Algunas aproximaciones al tratamiento de trastornos alimentarios como la anorexia o la bulimia, sobre todo las más institucionalizadas y hospitalarias, no gozan del crédito general y algunos dicen que explotan abusivamente los miedos familiares. Y así con muchas más.

Los psicofármacos no están tampoco libres de sospecha, y de manera particular los antidepresivos, especialmente los tan populares basados en la inhibición de la recaptación de la serotonina. Un estudio de 2002 afirma que sus beneficios, comparados con el placebo, son nulos. En informes de la Administración Federal del Medicamento de los Estados Unidos no llegan tan lejos, pero sitúan la diferencia en un discreto 18%.

En muchos países ha habido denuncias porque los antidepresivos han provocado, paradójicamente, el suicidio del paciente (sobre todo en adolescentes), así como intensos fenómenos de dependencia; y en al menos un caso, el paciente se presentó en su puesto de trabajo con un Kalashnikov y armó una pajarraca de ocho. De ocho muertos y doce heridos antes de volarse la cabeza, se entiende.  Las empresas farmacéuticas no deben tenerlas todas consigo, pues han llegado a acuerdos multimillonarios (caso de la paroxetina, comercializada en España como Seroxat) o incluso han sido condenados por pactar con los abogados de los demandantes a espaldas de sus clientes (caso del Prozac). Estos debates rara vez llegan a la opinión pública de nuestro país, pero por ahí fuera están cada dia más extendidos.

Inevitablemente, se habla de los intereses de estas poderosas corporaciones farmacéuticas para que todo el mundo esté enfermo y necesite alguno de sus medicamentos, presentados como panaceas en numerosas publicaciones tanto científicas como populares. El negocio, desde luego, no es pequeño: en 2007, sólo en los Estados Unidos, las ventas de antidepresivos ascendieron a doce mil millones de dólares. En muchas sociedades occidentales, se cuentan entre los medicamentos más recetados, y por tanto con mayor éxito comercial. No cabe duda de que muchos psicofármacos son eficaces y necesarios, pero no está claro si la presente epidemia de trastornos mentales es tan real como pretende la publicidad.

Sea como fuere, y sin caer en un falso romanticismo de la locura, no puedo evitar preguntarme qué habría sido de Europa si Juana de Arco no hubiese visto a Santa Catalina y Santa Margarita ordenándole expulsar a los ingleses de Francia. O dónde estarían las libertades civiles y los derechos democráticos si los revolucionarios de París de 1789 hubiesen tomado antidepresivos y ansiolíticos, o si los estadounidenses de 1776 se hubieran sometido a terapia para ajustarse mejor a la sociedad y no albergar objetivos irreales, o hubiesen aplacado a rusos y chinos con antipsicóticos. O qué habría llegado a escribir Hemingway si los electroshocks no le hubiesen, en sus propias palabras, "arruinado su cabeza y borrado su memoria"; poco antes de meterse la escopeta en la boca. Por ejemplo. Sería, sin duda, un mundo muy diferente. Con toda probabilidad, no mejor.

En todo caso, tengamos memoria y sobre todo racionalidad, mucha humanidad y mucho, mucho método científico. No vaya a ser que las gentes del futuro nos recuerden a como nosotros recordamos ahora a Cartwright, Brandt, Freeman, Snezhnevsky, Vallejo-Nágera Lobón, los que condujeron a la muerte a Alan Turing o Ernest Hemingway y demás pesadillas que deberían quedar atrás. Muy atrás.

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martes, 23 de marzo de 2010

LHC y ALBA, adelante.

Esta ha sido una gran semana para la física de partículas.



El viernes 19 de marzo, el Gran Colisionador de Hadrones (LHC) del CERN batió su propio récord del pasado mes de noviembre, acelerando grupos de protones a 3,5 TeV; esta es la potencia nominal a la que se va a operar la máquina (7 TeV en total, sumando las dos líneas) hasta la actualización prevista el año próximo. Con ello, el programa de investigación del instrumento científico más grande y potente construido jamás va a dar comienzo en breves días. 

Adicionalmente, se acaba de aprobar la instalación de un nuevo experimento (detector) durante la próxima parada, el MoEDAL, que se sumará a los ya existentes ATLAS, ALICE, CMS, TOTEM, LHCb y LHCf. El propósito de MoEDAL es determinar la existencia de monopolos magnéticos y partículas supersimétricas masivas.

Por otra parte, el Presidente del Gobierno español J. Luis Rodríguez Zapatero inauguró ayer en Cerdanyola del Vallés el ALBA, una instalación compuesta de un acelerador linear de partículas y un sincrotrón (acelerador circular, del tipo del LHC) con una energía de 3 GeV. Aunque esto no es más que una fracción de la obtenida en los grandes instrumentos, representa un avance importante para nuestra ciencia en campos que van desde la física y la química hasta la ingeniería, la biología y la medicina. Se trata del primer acelerador de partículas instalado en nuestro país capaz de alcanzar rangos de energía superiores al gigaelectronvoltio.

En suma, una muy buena semana para la ciencia y para la física de partículas.  :-)

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lunes, 22 de marzo de 2010

La Región Autónoma Hebrea: el Israel de Stalin

La URSS quiso crear un Nuevo Israel lejos de Jerusalén. Fracasó, pero es uno de los lugares más curiosos del mundo.

Se te da la bienvenida a Birobidzhán, ¿Israel o Rusia?

La relación de la URSS con sus judíos fue siempre compleja, ambigua y variable. Muchos de los revolucionarios que la crearon habían sido hebreos, y de manera muy notoria Trotsky (León Bronstein, fundador en buena medida del Ejército Rojo y de la Cheka), Lev Kamenev (miembro de la troika que sucedió a Lenin), Yakov Sverdlov (primer presidente de la Rusia Soviética) e incluso el judeoconverso Yakov Yurovski, ejecutor jefe de la familia imperial en un sótano de Ekaterinburgo. El motivo de que hubiese tantos descendientes del antiguo Israel entre quienes realizaron la Revolución Rusa es sencillo: hasta el ascenso de los fascismos en los años '30, el Antiguo Régimen zarista fue probablemente el orden político que peor había tratado a sus judíos desde la Edad Media.

En el Imperio Ruso de los zares, los hebreos eran ciudadanos de tercera clase sometidos a toda clase de humillaciones y persecuciones. Pogromo es una palabra rusa (погром, devastación) que originariamente hace referencia al linchamiento de comunidades judías azuzado por la policía zarista y la Iglesia Ortodoxa cada vez que en Rusia iban mal las cosas, como chivos expiatorios. Los infames Protocolos de los Sabios de Sión –refritos de un texto satírico del francés Maurice Joly– fueron elaborados por dos periodistas rusos bajo la dirección del jefe de la okhrana (policía política) zarista en París; y publicados por un director de periódicos monárquico, ultramontano y racista llamado Pavel Krushevan. Había numerosas leyes que restringían sus movimientos y oportunidades, con la tradicional excusa de ser los autores de la muerte de Cristo, y se veían confinados a los territorios periféricos del Imperio, con un sistema de cuotas que impedía el acceso de muchos de ellos a la educación superior. Habían sido expulsados de Kiev y Moscú. Pese a constituir el 11,5% de la población, no podían presentarse a casi ningún proceso electoral, allá donde se daban. Muchos emigraron. En suma: que no resulta nada extraño que los judíos del zarismo se apuntasen en masa a la Revolución Rusa de 1917, y estuvieran muy representados en la dirigencia de la Unión Soviética que vino a continuación.

Como consecuencia, la URSS nunca persiguió formalmente al judaísmo étnico; y sus expresiones religiosas, aunque desaconsejadas en un estado ateo, no fueron objeto de persecución notable; a diferencia de lo sucedido con los clérigos de la Iglesia Ortodoxa y del Islam. Tanto Lenin como Stalin se manifestaron con duras palabras en contra del antisemitismo; este último llegó a considerarlo un vestigio del canibalismo. Desde el principio, la Constitución Soviética proclamó la igualdad de todas las etnias que constituían el inmenso país, y eso incluía a los hebreos. Se crearon el KOMZET y la OZET, organismos específicos para dotarles de oportunidades en el nuevo sistema. Parecería, pues, que los judíos habían encontrado en la URSS un buen lugar para vivir por primera vez en mil ochocientos años, mientras Europa Occidental empezaba a debatirse con el ascenso del nazifascismo y sus mensajes raciales y antisemitas; y en tiempos de Lenin, probablemente lo fue. Al menos, mejor que el régimen zarista precedente y lo que se avecinaba en Occidente.

El Israel soviético.



Según la doctrina soviética sobre las nacionalidades –y Stalin había sido el Comisario Político para las Nacionalidades en la recién creada URSS– un pueblo sólo podía considerarse como tal si poseía un territorio. Y el encaje de todas estas naciones en un estado tan enorme y diverso constituyó una prioridad –y un problema– a lo largo de toda su historia. Después de las represiones y emigraciones del zarismo, la Revolución y la Guerra Civil, seguían quedando en el nuevo país más de dos millones y medio de judíos; es decir, el séptimo grupo de población más importante (después de granrrusos, bielorrusos, ucranianos, kazajos, uzbekos y tatares).

Todas estas nacionalidades tenían unas tierras ancestrales pero los judíos, no. Así pues, a mediados de los años '20 el KOMZET decidió asignarles un territorio con el beneplácito de Stalin. El problema, claro, es que en los lugares más interesantes de la URSS el territorio ya estaba ocupado por muchas otras etnias. Por tanto, decidieron matar dos pájaros de un tiro: las autoridades soviéticas estaban muy interesadas en el desarrollo de Siberia, la siempre pendiente conquista del Este, así que... ¿por qué no crear el Nuevo Israel allí?

Dicho y hecho. Tomaron un territorio esencialmente despoblado en el Lejano Oriente siberiano, donde sólo había unos pocos cosacos del Amur, y crearon la Región Autónoma Hebrea (Еврейская автономная область, Yebreiskaya avtonomaya oblast'). Con 36.000 kilómetros cuadrados, era más grande que el actual Israel. La capital se estableció en un poblacho llamado Birobidzhán, atravesado por la vía del Ferrocarril Transiberiano. Acto seguido, se lanzó una gran campaña publicitaria por toda la URSS para que los judíos abandonasen los lugares donde habían sido tan perseguidos –y aún eran mal mirados por muchos– con el objeto de establecerse en el Nuevo Israel Soviético.

Aunque esta campaña alcanzó niveles curiosos, desde arrojar panfletos desde aviones sobre las comunidades agrícolas con mayor presencia hebrea hasta la producción de películas propagandísticas, los judíos de la URSS no se sintieron atraídos en absoluto por la idea. La tierra era fértil, regada por dos grandes ríos, pero básicamente eso era todo. Se trataba de una remota marisma donde habría que construirlo todo desde cero, en una zona fronteriza potencialmente conflictiva con la entonces inestable China, y sobre todo no se trataba del verdadero Israel que promovían los sionistas. Los judíos de la URSS no sintieron que allí se les hubiese perdido nada. Como consecuencia, según el Censo Soviético de 1939, para entonces sólo vivían allí 17.695 judíos de los dos millones y medio que habitaban en la URSS. Y luego, comenzaron a marcharse.

El odio ancestral.

Incluso antes de la muerte de Lenin, Stalin había comenzado a jugar sus cartas para convertirse en el autócrata de la URSS. Como ya apunté, Stalin era contrario al antisemitismo; el problema es que en estos planes para alcanzar el poder absoluto se interponían judíos destacados como Trotsky, Kamenev, o el poderoso  Grigory Zinoviev (junto a otros muchos que no eran de ascendencia hebrea, claro). Paralelamente, el desarrollo del sionismo constituía un desafío ideólogico al socialismo soviético, que éste quiso contrarrestar con medidas culturales como fomentar el uso del yiddish (lengua secular) frente al hebreo (considerado religioso).

Stalin no tuvo ningún problema en fomentar una vaga desconfianza colectiva hacia los judíos en el contexto de las purgas que se produjeron contra estos y otros dirigentes. No era muy difícil, después de siglos de adoctrinamiento antisemita por las autoridades políticas y religiosas del zarismo, y el dictador conocía bien el lenguaje del odio ancestral contra los hebreos: hijo de una madre muy devota, se había educado desde los diez años en el Colegio Teológico de Gori y, desde los dieciséis, en el Seminario Ortodoxo de Tiblisi, para quienes el pueblo judío no era más que los asesinos de Cristo y no dudaban en inculcárselo a sus alumnos. Aunque el dictador no se creyese nada de todo eso, y fuera declaradamente anti-antisemita, la posibilidad de utilizar esa inquina atávica en su ajuste de cuentas contra Trotsky, Zinoviev y otros descendientes del antiguo Israel era demasiado tentadora; el riesgo de que el sionismo aterrizara en la URSS terminó de perfilar su discurso.

A pesar de todo, nunca se produjo en la URSS una persecución de los judíos en tanto que judíos; pero sí se asentó una animadversión de baja intensidad que duraría décadas y aún está presente en la Rusia moderna. Y la Región Autónoma Hebrea no fue ajena a estas desconfianzas: la cosa ya estaba hecha, había una incipiente agricultura y algo de industria ligera, y no habría sido práctico revertirla a los cosacos del Amur. Pero se transformó en un lugar incómodo y sospechoso, por donde la paranoia estalinista temía en todo momento la infiltración del sionismo, de los chinos o vete tú a saber qué. Tras la Segunda Guerra Mundial, el complot de los médicos y la refundación del estado sionista de Israel en Palestina (a pesar de que la URSS votó a favor) multiplicó esta paranoia y se saldó con varias persecuciones de índole más o menos antirreligiosa en el territorio. El uso del yiddish fue alternativamente prohibido y permitido. En todo caso, la propuesta de crear un Nuevo Israel Soviético había dejado de parecer una buena idea y comenzaba a percibirse equívocamente como una potencial cabeza de puente sionista y clerical en la retaguardia de la URSS.

Sin embargo, este temor era infundado. Discretamente, los ideólogos del sionismo sugerían a las comunidades judías soviéticas que no emigraran al oblast, o que se fueran si ya estaban allí, para no legitimar el concepto de un Israel alternativo fuera de Palestina, lejos de la Jerusalén a donde habían suspirado por volver cada Yom Kippur y cada Pascua durante dos milenios. Un Nuevo Israel que hubiera tenido éxito, soviético o no, podía reducir la justificación moral de la Partición de Palestina o apuntalar la idea de crear algún otro en un lugar menos conflictivo que el presente; y eso no se podía consentir.

Un Israel sin judíos.



Como consecuencia, la Región Autónoma Hebrea se quedó hebrea en el nombre, pero poco más. A partir de entonces los contingentes de población que acudían allí formaban parte de las promociones corrientes para el desarrollo siberiano, con un componente granrruso muy mayoritario. Acorde al Censo de 1959, la presencia hebrea en el área comenzó a menguar: en esta fecha ya sólo había 14.269, un 20% menos que dos décadas atrás, pese a que la población en la zona estaba multiplicándose al calor de la industria y minería locales.

Conforme pasaban los años y la URSS iba convirtiéndose en una dictablanda, proceso que culminaría en tiempos de Gorbachov, los hebreos siguieron marchándose de la Región Autónoma Hebrea lenta pero persistentemente; unos a lugares más prósperos de la Unión Soviética, y otros a los Estados Unidos o Israel. Tras el colapso del sistema soviético, momento en que el oblast pasó a ser un sujeto federal de Rusia, esta diáspora voluntaria arreció. Según el Censo de 2002, sólo quedaban allí 2.327 judíos; menos que en la costa española del Mediterráneo.

Sin embargo, la Yebreiskaya ha querido mantener un carácter cultural fuertemente judío, al menos en las formas. A pesar de constituir apenas un 1,22% de la población regional, tanto Birobidzhán como otras localidades y lugares emblemáticos del oblast están llenos de símbolos y referencias hebreas; lo que produce una sensación extraña en el visitante, acostumbrado a relacionarlos con los desiertos del Oriente Próximo y no con los bosques infinitos de Siberia. Incluso la bandera y el escudo regionales presentan referencias israelitas, como los colores azul y blanco o siete líneas que representan los siete brazos de la menorah, pero con rollito multiculturalidad.

La sinagoga de Birobidzhán, abierta en 2004, es la primera sinagoga fundada con apoyo y dinero público en la larga historia de Rusia, el país que dio al mundo la palabra pogromo. También existe la Universidad Nacional Hebrea de Birobidzhán, donde se enseña hebreo, yiddish y cultura y etnografía hebraicas. Es un sitio peculiar, donde el candelabro de siete brazos se entremezcla con carteles en alfabeto cirílico y símil hebreo, y por supuesto las ubicuas estatuas de Lenin y otros comunistas notables (yo creo que en 1991 sólo tiraron dos o tres, para la tele, porque el país entero sigue plagado). A pesar de que el 95% de la población capitalina no es de origen hebreo, el alcalde electo de la ciudad bajo el paraguas del gobernador Volkov es un judío, Alexander Vinnikov; su familia fue una de las que migraron desde Bielorrusia. Aparentemente al menos, en la Yebreiskaya se convive con la más absoluta normalidad, cosa que difícilmente se puede decir del verdadero Israel. Que, por cierto, contribuye desde hace unos pocos años con algunos recursos a las actividades de la sinagoga y de la prensa en yiddish.

La Región Autónoma Hebrea, que actualmente vive de la industria ligera, quiso ser el otro Israel; y aunque no lo consiguió, algo queda. La historia habría sido sin duda muy distinta si hubiese funcionado; no sólo en Rusia, sino en el mundo entero. Aunque, claro, nadie puede saber de qué manera. La Yebreiskaya quedará para siempre en el limbo de las cosas que pudieron ser y no fueron, o de las cosas que no podían ser y fueron, o una mezcla de todo ello. En todo caso, sin duda alguna, uno de los lugares más singulares del mundo. Lástima que esté tan lejos, aunque no es difícil llegar desde Moscú, estando como está en la línea del Transiberiano. Si alguna vez pasas por allí, no dejes de bajar. Y ver.

Documental curioso sobre la Yebreiskaya: L'Chayim, Camarada Stalin (2002).

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