Capítulo anterior: Con lo que haya y como se pueda
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(Fracción de los planetas de la galaxia donde podría haber surgido vida inteligente)
(Fracción de los planetas de la galaxia donde podría haber surgido vida inteligente)
Una cosa es que en un mar infernal surjan extraños malabares químicos que tomen materia y energía del entorno para reproducirse a si mismos con la furia de un robot desquiciado.
Otra bien distinta es que esa furia elemental llegue a mirarse, preguntándose si no habrá más como ella misma. Hace un rato llegábamos a dudar si la vida no constituiría una violación del principio de entropía, ese que dice que en el Cosmos todo debe dirigirse hacia un mayor grado de desorden y caos. Descubrimos entonces las fluctuaciones: espasmos de la realidad que rompen esa tendencia durante un tiempo, en algunos lugares.
Que tal espasmo tenga ojos y te mire, y charle contigo sobre el último cotilleo de moda, parece ya una pirueta francamente excesiva. Un virus, un alga verde, vale, son posibles. Pero, ¿un ser capaz de construir un televisor para luego perder sus breves horas de existencia ante él? La fluctuación, más que fluctuación, va adquiriendo aspecto de broma pedante, uno de esos retorcidos juegos intelectuales sólo aptos para frikis de la peor especie.
Y sin embargo, te asomas al balcón y ahí están. Ventanitas iluminadas tras las cuales generaciones enteras de complejísimos seres pluricelulares permanecen incomprensiblemente hipnotizados ante los televisores que algunos de ellos han construido, utilizando para ello la máquina más sofisticada del universo conocido: el kilo y medio de pasta gris y blanca que tienen, tienes, tengo entre las orejas.
La verdad, no es extraño que muchas personas vean en hecho tan asombroso la mano de sus respectivos dioses. Ni que otras, menos dadas a explicaciones facilonas, afirmen que semejante prodigio sólo puede ser el resultado de una inconcebible serie de casualidades que difícilmente se podrá haber dado en más lugares del Cosmos.
Sin embargo, la hija de la lluvia es puñetera. Los viejos dioses y las loterías de a trillón de números acertadas una y otra vez le suenan a tongo. Así que vuelve a sus libros y sus máquinas, en busca de explicación.
Y una de las primeras cosas que constata es la inmensa, casi absurda cantidad de tiempo que la vida ha tenido para llegar hasta aquí.
Siglos, milenios, eras y eones para desarrollarse, para hallar formas óptimas de replicarse y las mejores maneras de aprovechar la materia y la energía disponibles. Conforme la materia libre comenzó a escasear, surgió la necesidad de competir por lo que quedaba. E incluso de obtenerla destruyendo a otros seres vivos para robársela: cazando, matando, comiendo.
Apareció, pues, una presión poderosa. Ya no bastaba con vagar por ahí, a la espera de alguna proteína que echarse al coleto. Ahora había que buscarla, incluso cazarla. Quien no fuera capaz de hacerlo, iba a perecer o ser presa de la cacería. Por si eso fuera poco, las características de la Tierra cambiaban. Si no era capaz de adaptarse a esas presiones, la vida corría peligro de desaparecer.
Pero, ¿cómo adaptarse? ¿Cómo sobrevivir?
Durante mucho tiempo fue popular la idea –que aún permanece en la mente de muchas personas– de un señor llamado Lamarck. Lamarck pensaba que, enfrentados a estas presiones, los seres vivos son capaces de modificar su organismo e incluso crear órganos nuevos para adaptarse y mejorar sus posibilidades de supervivencia. Ante la necesidad de alcanzar hojas más altas, las jirafas habrían estirado su cuello y esta característica pasaría a su descendencia por vías no bien explicadas.
Bueno, Lamarck se equivocó. No funciona así. Desde mucho antes de nacer, un ser vivo está biológicamente condenado a ser lo que será. Su capacidad para modificarse sustancialmente es ínfima, y estas modificaciones apenas pasan a la descendencia. El hijo de un machaca de gimnasio no tendrá aspecto de machaca de gimnasio a menos que se haga machaca de gimnasio como su padre.
El truco, en realidad, está en la reproducción. Resulta que el mecanismo reproductivo de los seres vivos es relativamente imperfecto. El proceso de copia resulta tan complejo y depende de tantos factores que se producen recombinaciones y errores, a los que llamamos mutaciones. En cada generación, hay millones de recombinados y mutantes.
Muchos de estos cambios son imperceptibles, y no producen resultados evidentes. Otros son destructivos, y causan seres deformes o tarados, a veces tanto que no llegan a nacer o les resulta imposible sobrevivir y reproducirse. Así de crudo. Madre Naturaleza no paga cottolengos.
Pero de todos estos millones de cambios hay una pequeña cantidad que resulta beneficiosa. Su transformación, o deformación, es útil para sobrevivir y reproducirse más y mejor. Una jirafita con el cuello más largo, por ejemplo, llegará a las hojas más altas mientras otros se habrán quedado sin alimento.
Al tratarse de un cambio genético, esta ventaja pasará a la descendencia.
Y así una vez, y otra, y otra, y aún otra más. Hasta que la especie favorecida se impone a quienes antes eran “normales” y ahora son ya sólo carne de extinción. Dejando atrás a millones y billones de desfavorecidos que simplemente perecieron. A este proceso, quizá cruel, se le llama evolución.
Y entonces, el proceso vuelve a empezar de cero otra vez. Y otra. Y otra. Y otra más. Así, sin parar, durante cuatro mil millones de años. Poco menos de un tercio de la edad del Universo.
Esto es lo que dijo Darwin, y que tantos han intentado deformar, disimular o desacreditar porque no convenía a sus religiones.
Estudiar la evolución de la vida en la Tierra nos enseña muchas cosas interesantes. Una de ellas es que los mutantes favorecidos tienden a ser más complejos que sus predecesores. Explicado en términos muy sencillos, algo con garras y dientes caza mejor que algo que no las tiene, y puede pasar más fácilmente a la siguiente generación. Claro, que a lo mejor lo que triunfa es comer hierba, que de eso hay por todas partes, y ser de pequeño tamaño; así te esconderás con facilidad y el depredador con sus grandes colmillos morirá de hambre. No es cierto, como se ha dicho, que triunfe el más fuerte. En realidad, triunfa el mejor adaptado.
En todo caso, la evolución presiona a la vida para que se haga cada vez más compleja. Tanto es así, que por lo general podemos saber si una especie es primitiva o moderna sólo atendiendo a su grado de simplicidad. Salvo excepciones, cuanto más simple, más antigua.
Esta complejidad resulta ser tremendamente variada y casi podríamos decir que imaginativa. Da lugar a seres vivientes de lo más extraño y diverso. Compara, por ejemplo, una araña con un virus. O una vaca con una estrella de mar. O un rosal con ese mamífero que camina sobre dos patas y se pasa las horas muertas mirando los raros aparatos que construye.
Algunas de estas complicaciones representan ventajas evolutivas tan grandes que aparecen de manera independiente en especies muy alejadas entre si. A este fenómeno se le llama convergencia evolutiva. El ejemplo clásico de convergencia evolutiva es el ojo. Un ojo permite transformar radiación luminosa en datos sofisticados de la máxima utilidad para la supervivencia y la reproducción.
A partir de un cierto momento, comenzaron a aparecer ojos por todas partes, incluso en especies separadas cientos de millones de años entre si. Surgen por primera vez con los trilobites, hace quinientos cincuenta millones de años. Pero mucho después de que los trilobites y todos sus descendientes se extinguieran, sigue dándose aquí y allá. A veces, con parecidos que exceden lo razonable. Los pulpos y nosotros, por ejemplo, tenemos un tipo de ojo casi idéntico, similar en su funcionamiento a una cámara de fotos. Lo impresionante es que los antepasados del pulpo y los nuestros se divorciaron hace más de seiscientos millones de años, cuando aún no había ojos dignos de tal nombre ni en la tierra, ni en el mar, ni en el cielo.
Hay muchos más ejemplos de convergencia evolutiva. Un mero vistazo a la fauna australiana, pongamos por caso, resulta todo un clamor al respecto. Australia se separó del resto de continentes para formar la isla que es hoy hace treinta y cinco millones de años. Durante todo ese tiempo, los seres vivos evolucionaron allí aislados del mundo. Bien, pues muchas especies de marsupiales australianos apenas se distinguen de los mamíferos placentarios de otros lugares del planeta. Sometidos a similares presiones evolutivas, marsupiales y placentarios dieron lugar a seres muy parecidos pese a los trescientos cincuenta mil siglos que llevaban sin tener contacto alguno.
En caso de que efectivamente haya surgido vida en otros mundos, ¿acaso no se habrá visto sometida a presiones evolutivas de la misma naturaleza? Resultaría incomprensible que no fuera así. Sea del tipo que sea, conforme una población se reproduzca y multiplique, tarde o temprano se verá bajo la misma clase de presiones evolutivas que ha sufrido la vida en la Tierra.
Y por tanto, tenderá a hacerse cada vez más compleja. Porque hacerse más compleja es la única salida frente a la extinción.
¿Y la inteligencia?
La inteligencia parece otra de esas fuerzas poderosas que permiten sobrevivir y reproducirse, ¡que nos lo cuenten a nosotros! Otorga la capacidad de interactuar hábilmente con el entorno. Conforme avanzamos en los caminos de la vida, la vemos surgir también aquí y allá. Suele darse sobre todo en los mamíferos superiores: perros, delfines, simios, personas...
Y en nuestro amigo el pulpo. Sí, ese de cuyos tatarabuelos nos divorciamos hace seiscientos millones de años y apenas tiene nada que ver con nosotros. Hasta tal extremo son inteligentes y sensibles, que en algunos países está prohibido experimentar con ellos sin anestesiarlos primero.
Con toda probabilidad, la inteligencia es también un fenómeno sometido a convergencia evolutiva, dada su extrema utilidad en las batallas de la vida.
Existen muchos números a favor de que en cualquier lugar donde aparezca la vida, ésta evolucione hacia formas cada vez más y más complejas.
Hacia el ojo.
Hacia la inteligencia.
Existen muchos números a favor de que, allá donde el barro haya devenido vida, el barro termine por mirarte.
Igual que mira la hija de la lluvia.
Próximo capítulo en La Pizarra de Yuri el jueves, 15/10/2009: El mundo al que usted llama se encuentra apagado o fuera de cobertura en este momento.
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Un articulo muy bueno,como de costumbre.
ResponderEliminarEs muy interesante el comentario sobre el hecho de que es nuestro imperfecto mecanismo de replicacion de ADN lo que proporciona una ventaja fenomenal para producir mutaciones que puedan o no resultar beneficiosas.
Sin embargo,la vida no surgio con el ADN,sino con el ARN como primera memoria genetica. Los mecanismos de replicacion de ARN son todavia mas imperfectos y dan lugar a mas mutaciones,por lo que el "superior" ADN acabo imponiendose en todas las formas de vida conocidas y actualmente,las celulas,ya sean procariotas o eucariotas,no son capaces de replicar ARN y este ha quedado con funciones importantes,pero secundarias.Cabe señalar,sin embargo,que la vieja vida del ARN no está muerta del todo: Los virus de ARN (aunque puede que no procedan de aquella primera vida) son de lo mas jodidos de erradicar,precisamente por que su defectuoso mecanismo hace que presenten unas tasas de mutaciones altisimas y resistan nuestros remedios una y otra vez. En resumen, se adaptan a nuestra presion,demostrando que la vida simple no solo puede surgir y sobrevivir en un ambiente a priori hobrrible,sino que ademas,lo puede hacer cuando otra especie de vida se empeña en destruirla con metodos inteligentes que no se darian jamas en la naturaleza. ¿¿Y en millones de planetas como el nuestro no se va a dar esto??La vida no es una casualidad,es el siguiente paso en la ordenacion de la materia y la energia.
Como apunte,un dato importante a favor de la evolucion por mutaciones lo damos nosotros mismos: En miles de aplicaciones biotecnologicas,sometemos a nuestras bacterias-producto silvestres a mutaciones inducidas por nosotros para ver si de casualidad mejoran en la produccion de algo(penicilina,citrato,glutamato y miles).
Y joder,funciona muy bien,a tenor de lo visto en las cuentas corrientes de la gente que se dedica a ello.
Saludos
Bravo!!!! Aplaudo con todo mi cerebro y mis manos responden hasta el dolor.
ResponderEliminarOtra!! otra!!
P.D. Me quedo sin palabras, hacia mucho que no leía algo tan bueno y tan bien escrito.