Eventos ligados a nuestra extinción. O casi.
En el corazón de cada una de nuestras células, de lo que somos, acecha un misterio inquietante. El estudio del ADN mitocondrial –que se transfiere de madres a hijas desde el principio de la reproducción sexuada– ha establecido repetidamente que todos nosotros, tú y yo, estamos emparentados con una misma hembra homo sapiens que vivió en África hace entre 140.000 y 200.000 años: la llamada Eva mitocondrial. Esto se pudo determinar gracias a que el ADN mitocondrial acumula mutaciones capaces de transferirse a la siguiente generación una vez cada 3.264 años aproximadamente. Contando el número de mutaciones que separan a los humanos más distantes genéticamente entre sí, fue posible establecer esta datación.
No sólo eso. El estudio del cromosoma Y –que se transfiere de padres a hijos– ha permitido descubrir también que hace entre 60.000 y 90.000 años vivió también en África un cierto Adán cromosómico-Y, con el que todos estamos igualmente emparentados. La técnica del reloj molecular es determinante para conocer estas fechas.
Hay mucha gente que ha oído campanas sobre este asunto, pero con frecuencia de forma distorsionada. Por ejemplo: en contra de lo que muchos creen, esto no significa que Eva mitocondrial fuera la única hembra que vivió en su momento, como tampoco Adán cromosómico-Y fue el único macho de su tiempo; ni se puede afirmar que ambos coincidieran en el tiempo: les separan de 60.000 a 140.000 años . Lo que sí significa es que todos estamos emparentados al menos a través de ellos, y para que pudiera darse un caso así, tuvimos que ser muy pocos en esos momentos. Muy, muy pocos. Menos de quince mil. Según algunos autores, poco más de mil, de los cuales la mayor parte serían niños. Eso quiere decir que al menos en dos ocasiones habríamos debido estar en la lista roja de la IUCN como especie en peligro de extinción. Si hubiera habido algún observador externo en esos momentos, es muy posible que la enorme dificultad de encontrar alguna pareja humana sobre la faz de este mundo le hubiese conducido a pensar que estábamos en peligro crítico o, simplemente, extinguidos.
Este fenómeno de coalescencia genética se puede observar muy bien en la actualidad gracias al estudio de especies que estuvieron recientemente en peligro de desaparecer, como el bisonte europeo, el elefante marino del norte, el guepardo o el hámster dorado. Incluso se puede estudiar en los animales domésticos de pura raza, a quienes los criadores inducen un cuello de botella genético artificial por el método de cruzarlos únicamente con otras parejas de similar pedigrí.
En resumen: que, según estos indicios y otros más, hubo dos veces en que fuimos muy poquitos: un grupo o algunos minúsculos grupos interconectados vagando por los bosques africanos en un intento desesperado de sobrevivir. Quien hubiera observado entonces a aquellas lamentables criaturas difícilmente habría podido imaginar que, unos milenios después, sus descendientes tendrían problemas de sobrepoblación en un mundo plagado de ellas por todas partes.
Eva mitocondrial nos es de utilidad –entre otras muchas cosas, bastantes de ellas con interesantes aplicaciones en medicina genética– para ubicar y poner fecha al momento y lugar aproximados en que el homo sapiens sapiens surgió en el planeta Tierra. Adán cromosómico-Y nos cuenta un relato distinto: el de aquella otra vez en que casi nos fuimos de aquí. Pero, ¿por qué?
La hipótesis Toba.
Hace entre 700 y 750 siglos, la Caldera de Toba (que actualmente se halla en la Isla de Sumatra, Indonesia) estalló en la erupción volcánica más poderosa de los últimos dos millones de años. Liberó un gigatón de energía (aproximadamente la mitad que todas las armas nucleares existentes en la actualidad, juntas) y propulsó a los cielos materia suficiente para cubrir toda Indonesia y partes de Malasia con seis metros de cenizas o más y el subcontinente indio entero, con quince centímetros. Entre otras cosas, emitió a la atmósfera cien millones de toneladas de ácido sulfúrico, provocando una lluvia ácida masiva.
Para que nos hagamos una idea, la erupción volcánica más potente de los tiempos históricos –la del Tambora, no muy lejos de allí, en 1815– fue unas diez veces más pequeña, y aún así provocó graves efectos climatológicos. Este fue el año sin verano debido a que los gases y cenizas taparon la radiación solar por todo el mundo, provocando pésimas cosechas y la muerte de mucho ganado por la pérdida de los pastos, lo que causó la peor hambruna del siglo XIX en Europa, Norteamérica, China y otros muchos lugares.
La hipótesis Toba vincula la explosión de este volcán con una gran mortandad de aquellos humanos primitivos que pudo empujarnos al borde de la extinción hace de 70.000 a 75.000 años, precisamente en los tiempos del Adán cromosómico-Y. Según este análisis, aquella erupción volcánica pudo dejarnos durante varios años compitiendo por unos escasos restos de comida con el resto de animales, con los corredores ecológicos dislocados, ateridos de frío entre la bruma y las tinieblas; una situación análoga a la que produciría una guerra termonuclear total a pequeña escala, aunque sin radiactividad. Cualquiera diría que, realmente, se pareció mucho a un evento ligado a la extinción.
El largo cuello de botella.
Otros autores, en cambio, opinan que el suceso de Toba no fue más que la puntilla en un largo proceso de alta presión evolutiva que afectó al homo sapiens sapiens y sus inmediatos ancestros durante una buena parte de su existencia. El número de fósiles humanos durante los primeros 100.000 años que pasamos aquí es francamente reducido, muy distinto de lo que cabría esperar en una especie que ha demostrado sobradamente su capacidad de reproducirse más allá de la sensatez. Los rápidos cambios que condujeron desde los primeros homo erectus al humano moderno nos hablan también de una evolución acelerada, lo que sería compatible con un entorno muy hostil que exigía constantes adaptaciones al medio. Hawks, Hunley, Lee y Wolpoff proponen, incluso, un cuello de botella de dos millones de años de duración –la práctica totalidad de la presencia homínida en este planeta–, donde Toba sólo sería una anécdota y los tiempos presentes, una excepción; o, al menos, una serie constante de cuellos de botella a lo largo de nuestra prehistoria.
Los estudios paleoclimáticos apuntan a que África sufrió una serie de sequías mayores durante un larguísimo periodo, desde hace 135.000 años hasta hace 90.000. Recientemente se ha apuntado que estos u otros fenómenos mantuvieron a las poblaciones humanas muy reducidas y aisladas entre sí, llegando incluso a estar a punto de dividirse en dos especies distintas. En todo caso, parece claro que hasta la Edad de Piedra Tardía, durante el Paleolítico Superior, no comenzamos a multiplicarnos y extendernos significativamente. O, dicho de otra manera, sólo comenzamos a abandonar el borde de la extinción cuando fuimos capaces de desarrollar las tecnologías de la revolución paleolítica.
Provistos de estas herramientas que nos facilitaban la supervivencia, pudimos abandonar África por segunda vez, como nuestros antepasados homínidos lo habían hecho algún millón de años antes. Así terminaríamos llegando a Eurasia, donde desplazamos al Neandertal. O, más probablemente, lo exterminamos, pese a lo que digan las –cada vez más difíciles de sustentar– hipótesis de absorción. Buenos somos nosotros cuando nos disputan la tierra, el cielo y el mar.
Hipótesis multirregional frente a hipótesis africana.
En el mundo científico ya prácticamente no quedan defensores de la hipótesis multirregional, según la cual el ser humano habría evolucionado en distintos lugares de manera más o menos simultánea, a partir de los homínidos precedentes que salieron de África mucho antes. Merece la pena mencionarla por motivos históricos, pero tanto los estudios paleoantropológicos como sobre todo los genéticos hacen muy difícil ya sustentarla. Específicamente, estos análisis del ADN mitocondrial y el cromosoma Y nos hablan de una población humana reducida y estrechamente emparentada durante la mayor parte de nuestra existencia, lo que no sería el caso si hubiéramos evolucionado en lugares y momentos diferentes.
Según casi todo lo que sabemos en la actualidad, somos por dos veces africanos. La primera vez, cuando el homo habilis, el primer constructor de herramientas, evolucionó en la Cuenca de Olduvai (actualmente, Tanzania) a partir de los australopitecos precedentes. Estos homos y sus sucesores permanecieron en África, aunque algunos de ellos fueron saliendo lentamente hacia otras latitudes para ir transformándose en otras especies como, por ejemplo, el Neandertal. La segunda vez fue cuando homo sapiens sapiens evolucionó a su vez en algún punto del África subsahariana y, tras sobrevivir a estos cuellos de botella, se dotó de nuevas herramientas y conquistó el mundo.
Es bueno recordar de dónde venimos, entre otros motivos para hacernos una idea de a dónde vamos. Somos una especie delicada, que depende enormemente de la estabilidad medioambiental y de su ciencia y su tecnología para sobrevivir en la inmensa mayoría de los lugares que ocupamos, y no digamos ya para intentar vivir en otros. Hubo al menos una vez en que, siendo ya como somos tú y yo, estuvimos muy cerquita de extinguirnos. Y todos nosotros, todos los que sobrevivimos, somos mucho más parientes de lo que algunos quisieran saber. De todo esto no hace millones de años. Por aquel entonces, ya estábamos tallando diseños geométricos en las piedras de África del Sur, que treinta mil años después se convertirían en el en arte rupestre de Namibia, Francia y otros lugares; y, sesenta y pico mil después, en las pirámides de Egipto y los ziggurats de Mesopotamia. Quienes vivieron aquello ya eran como nosotros y vivían de manera muy parecida a la de algunas de las comunidades más primitivas del presente. Ya eran nosotros.
EL LIBRO DE LA PIZARRA DE YURI:
Pídelo en tu librería: Ed. Silente, La Pizarra de Yuri, ISBN 978-84-96862-36-4
o pulsa aquí para comprarlo por Internet
Pídelo en tu librería: Ed. Silente, La Pizarra de Yuri, ISBN 978-84-96862-36-4
o pulsa aquí para comprarlo por Internet
Alguna vez llegamos a dormir todos a la misma hora...
ResponderEliminar...y puede que hasta en la misma cueva, bajo el mismo techo... ;-)
ResponderEliminarCon respecto a AMERICA creo que no hay ningùn tipo de certeza sobre que hubiese existido una sola entrada de humanidad a estas zonas.
ResponderEliminarEs notable ,en nuestra tierra del fuego los aborìgenes tienen rasgos similares a los africanos .En México hay esculturas que dan cuenta de representaciones de clàsicos africanos
La mayoría de los aborìgenes evidentemente tienen relaciòn con las razas oceànicas y algunos tienen la clásica figura maciza del asiàtico.
Incluso en el centro de Argentina hay una raza enigmática que habitò las sierras centrales o sea los comechingones .Los estudios raciales determinan una raza notablemente blanca y barbada por costumbre.
Curioso. Siempre pensé que la erupción volcánica más violenta de la historia había sido la del Krakatoa.
ResponderEliminarJose: yo también. :) Pero Krakatoa fue un 6, con unos 20 km3 de materia proyectada, mientras que Tambora fue un 7 muy alto, con 160 km3 de material eyectado. Lo que pasa es que Krakatoa estuvo mucho mejor documentado.
ResponderEliminarYo si que sabia que la del Tambora habia sido la mayor (No me acuerdo ni de donde lo leí), pero se como dice Yuri, la del Krakatoa está mejor documentada.
ResponderEliminarDe todas formas, al lado de la de Toga (2800 Km3 de material), se quedan en casi nada.
Ver eso en directo, sencillamente, debe ser espectacular (si fueramos invulnerables a los efectos,claro). He visto una infografia que hay, y solo eso ya acojona:
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/d/d9/Tobaeruption.png
Los quiteños tienen oportunidad de ver eso Reubo ,pero no creo que les guste mucho.
ResponderEliminarDicen que muchos "que querìan ver la vista"en el Santa Elena se los tragó el torrente de agua y lodo.
Ana maria:
ResponderEliminarYa, simplmente me referia a que, si ya es por si espectacular una erupcion normal de un volca, no me quiero ni imaginar como seria la explosion de la que se habla en este articulo (Que casi acaba con la escasa humanidad que habia entonces)
Obviamente, el que estuviera alli para verlo es dificil que lo pudiera contar.
Saludos
A mi me impresionò mucho el relato de un señor de Quito.Ellos tuvieron un volcàn (o dos)lanzando fumarolas continuas.
ResponderEliminarDecía esta persona que todas las noches antes de dormirse ,hasta que el problema se apaciguò ,pensaba que no se iba a despertar y ponìa todo su pensamiento para no sobrevivir a la muerte del resto de su familia.
Muy interesante artículo. Aunque nuestra extensión engaña, no debemos olvidar que el género Homo es un linaje en extinción, somos los últimos representantes.
ResponderEliminarhttp://www.uiowa.edu/~bioanth/homoevo.jpg
Pero tampoco debemos alarmarnos, los poríferos también son un linaje en extinción, lo que no ha evitado que lleguen hasta nuestros días (recluidos en una serie de entornos muy concretos, dicho sea de paso).