Durante la Guerra Fría, los Estados Unidos y la Unión Soviética se enzarzaron también en una competencia a gran escala sobre percepción extrasensorial, telequinesis, telepatía, videncia, psicotrónica y otras ramas de la parapsicología.
Primera parte: Genios, visionarios y locos.
Fue una lucha a muerte; con poca sangre –al menos entre ellos–, pero una lucha a muerte. Exploraron todos los ámbitos del conocimiento que pudieran aportarles alguna ventaja sobre el otro, incansablemente, persistentemente, genialmente, sin atender a costes o limitaciones. Se tenían tanto miedo, un pánico tan cerval, atávico y profundo, que buscaron y rebuscaron nuevas armas por todos los ámbitos de la realidad, desde los fondos del abismo hasta el espacio exterior. Y, a veces, también de la irrealidad; tanto era su pavor.
Nadie sabe cuánto dinero, esfuerzo y recursos gastaron realmente, pues la mayoría de estas exploraciones fueron secretas y se presentaron bajo el aspecto de otras cosas, cuando no permanecieron en las tinieblas. No se dejaron ni un solo rincón donde mirar. En el proceso, desarrollaron buena parte de las tecnologías de nuestro tiempo y del futuro próximo, y también una proporción significativa de las ciencias. Fue la guerra secreta de los genios y de los locos. Fue el espíritu de la Guerra Fría. O, quizás, su fantasma.
Nuevas viejas creencias.
El desarrollo de las ideologías y las transformaciones efectivas que convirtieron a Estados Unidos en una potencia y las que provocaron el nacimiento de la Unión Soviética (aproximadamente 1840-1920) coinciden con la edad dorada de los primeros nuevos movimientos religiosos. Son los tiempos en los que ciencia, religión, filosofía y sociedad se están separando y diferenciando claramente mientras el mundo se transforma a toda velocidad, y a la gente empiezan a dejar de valerle sus creencias antiguas.Este no es un fenómeno nuevo –en la historia de la humanidad han aparecido constantemente religiones, creencias y sectas de toda especie, unas con más y otras con menos éxito– pero sí es extenso, global y con características innovadoras y diferenciadas.
En esta época, por ejemplo, surgen en Estados Unidos los mormones (a partir de 1830 pero sobre todo de 1850), el baptismo del sur (desde 1845), los testigos de Jehová (1870), el tercer gran despertar (1850-1900) o el pentecostalismo que caracteriza a numerosas iglesias evangélicas (antiguo, pero extendido a partir de principios del siglo XX): se halla en el origen del fundamentalismo cristiano que actualmente estrangula a este país. En Oriente Medio se desarrollan los baha'i a partir de 1844, claramente distintos del Islam chiíta donde se originan y mucho más parecidos al orientalismo holístico contemporáneo; en el extremo contrario, aparece también el integrismo wahhabita y salafista que hoy en día ahogan también al mundo árabe (originado en el siglo XVIII pero relevante a partir del ascenso de la Casa de Saúd durante el XIX y principios del XX). En Japón surgen el Tenrikyō (fuerte desde 1866), el Kurozumikyō (desde 1846) o el Ōmoto (a partir de 1892). En África, un poco más retrasada, se desarrolla el kimbanguismo (1921) y las aladura (desde 1918). En Vietnam el Cao Dai (1926). Entre los hebreos se extiende y populariza la haskalá. Y así por todas partes.
En Europa, más quemados con las iglesias tradicionales tras siglos de inquisición, represión y guerras religiosas, las transformaciones son más radicales con respecto a las creencias consuetudinarias. Estas transformaciones emanadas de la Ilustración y la Revolución Francesa se extienden y profundizan con la Modernidad, generalmente en forma de un progresivo alejamiento de la fe histórica. Pero también aparecen cosas nuevas. Por ejemplo: la masonería sufre profundas transformaciones. Compuesta originariamente por profesionales burgueses de la Edad Media a los que posteriormente se incorporan librepensadores y liberales de toda especie bajo un paraguas generalmente cristiano, pasa por un profundo cisma cuando el Gran Oriente de Francia comienza a aceptar ateos en sus filas en 1877. Al calor del idealismo filosófico y el romanticismo tardío, comienzan a penetrar también en el Viejo Continente religiones y filosofías orientalistas como el budismo (de la mano de Schopenhauer y Helena Blavatsky) o el sufismo (sobre todo a través de Gurdjieff, Ouspensky y su Cuarto Camino).
Sin embargo, ninguna de estas importaciones culturales llega tal cual, sino que se sincretizan fuertemente con el idealismo y el misticismo europeos antes de saltar a Norteamérica. Así, pronto surgen toda clase de nuevos movimientos como la teosofía (1875), los modernos rosacruces (a partir de 1909 y sobre todo de 1915) , el espitirismo (desde 1857), el espiritualismo (muy popular entre 1840 y 1930, con la aparición del tablero ouija en 1890), el hermetismo del Alba Dorada (a partir de 1888) o la O.T.O. (entre 1895 y 1904) y el cristianismo esotérico en general. En el proceso, rescataron temas dejados de lado como obsoletos por el progreso de la ciencia y la técnica, y particularmente la astrología, la alquimia o la cábala, junto a otros más tradicionales del tipo del tarot; a ellos, se suman técnicas orientales como el yoga o el tantra. Este fenómeno, conocido en su conjunto como esoterismo occidental, penetró con fuerza en las clases medias y altas de Europa y Norteamérica para luego extenderse también a las bajas.
Es bastante conocida la influencia de este esoterismo u ocultismo occidental en los movimientos völkisch que dieron lugar al nazismo, notoriamente a través de la Sociedad Thule y después de la SS-Ahnenerbe. En el característico racismo nazi pesaron tanto el tradicional antisemitismo cristiano europeo como la ariosofía –derivada del arianismo teosófico vía la antroposofía de Rudolf Steiner–, algunas formas de neopaganismo y el racismo pseudocientífico.
Por otro camino distinto, este esoterismo u ocultismo occidental se encuentra también en la raíz de la New Age, que bajo sus múltiples formas y aspectos constituye probablemente la religión sincrética más popular del Occidente contemporáneo. Son incontables las personas que, aunque mantengan nominalmente su religión tradicional, han incorporado a sus creencias conceptos como la reencarnación –del budismo, vía el idealismo filosófico y la teosofía–, la comunicación con los muertos –del espiritismo y el espiritualismo–, la astrología, la videncia y el tarot –tradicionales, pero reactivados y adaptados a las mentalidades modernas durante estos procesos–, deformaciones del chamanismo que beben directamente de Gurdjieff y el Cuarto Camino o ideas milenaristas en torno a la Era de Acuario –de la teosofía y los rosacruces– y otras por el estilo (puede que te interese el estado de la religión en España, un estudio que hice en este blog hace unos meses).
Inevitablemente, una parte de estas creencias –apenas estudiadas, pero mucho más influyentes en nuestro tiempo de lo que la gente se piensa– encontraron su camino desde la religión y la espiritualidad a las que pertenecen hasta los bordes de la ciencia y la técnica modernas. Constituyen así lo que llamamos pseudociencias.
Ciencia, creencia y pseudociencia.
La cada vez mayor hegemonía de la ciencia y su epistemología –el método científico– como única vía efectiva para conocer la realidad ha provocado y provoca constantes roces con las distintas formas de creencia, cuando no conflictos abiertos. A pesar de todos los intentos contemporáneos por encontrar vías unificadas, holísticas y demás, los caminos de la ciencia y de la fe son tan radicalmente divergentes como sus maneras de adquirir el conocimiento. El naturalismo metodológico empírico que constituye el núcleo de la ciencia, una forma de materialismo positivo, es esencialmente incompatible con el idealismo filosófico y las verdades reveladas propias de toda religión o creencia; y sus conclusiones, más todavía.
El extraordinario triunfo de la ciencia no sólo a la hora de aportarnos un conocimiento profundo de la realidad que hasta tiempos recientes nos estaba vedado, sino también de traernos incontables beneficios prácticos, ha hecho que este materialismo positivo –aunque la gente no lo conozca por su nombre– se haya constituido en el eje del pensamiento contemporáneo. Los dos grandes sistemas políticos –capitalismo y socialismo– son, o pretenden ser, materialistas positivos... más que nada, porque es la única manera de interactuar con la realidad que funciona. A la hora de tomar decisiones, pocas personas sensatas aceptan hoy por hoy argumentos sustentados en la esencia del ser o la revelación divina; normalmente, hablamos de números, razones, hechos y resultados. En la era contemporánea, un conocimiento sólo se da por bueno si es verificable en el sentido naturalista del término. Es decir, si es científico.
Por ello, los proponentes de conceptos idealistas o revelados llevan ya algún siglo que otro buscando una especie de legitimación al calor de la ciencia. A este que te habla, por ejemplo, un imán mahometano de cierta relevancia le aseguró que podía probar los pilares del Islam de manera científica (luego supe que es un argumento que usan tan habitualmente como otras religiones); ya puedes imaginarte que su concepto de científico presentaba algunas lagunas metodológicas de notable envergadura. Los fundamentalistas cristianos realizan grandes esfuerzos –y gastan grandes cantidades de dinero– en tratar de demostrar científicamente cosas como la literalidad bíblica, los milagros (el de la Sábana Santa es uno de los más populares) o el creacionismo (ahora llamado diseño inteligente, que suena más tecnológico). Y, por supuesto, los defensores de estas nuevas formas de religiosidad hacen lo propio.
Como es de esperar, sus probabilidades de sobrevivir a la primera pasada por el método son francamente bajas. Las de superar un estudio un poco más profundo, nulas. Y es normal: es que son antagónicas. No se puede ser materialista e idealista a la vez. No se puede apostar por la revelación y el empirismo al mismo tiempo. Algunos se cabrean bastante, y otros siguen realizando sus afirmaciones como si no pasara nada. Aquellas proposiciones que pretenden ser científicas pero no lo son por caer en violaciones metodológicas fundamentales se denominan pseudociencias.
Por haber surgido en unos tiempos en que la revolución científico-técnica estaba ya en plena expansión, muchas de estas viejas nuevas creencias que hemos comentado en el apartado anterior han tratado de aproximarse al paraguas científico con especial interés. Algunas de ellas, como la astrología, son más fáciles de acercar porque en otro tiempo fueron una ciencia, o al menos una protociencia; en la actualidad, su campo de estudio está ocupado por la astronomía y la astrofísica. Lo mismo ocurre con la alquimia, que hoy en día es la química y la física nuclear. Otras resultan obviamente más difíciles de encajar incluso a primera vista.
La parapsicología.
Sin embargo, una de ellas sobrevivió más tiempo que las demás por dos razones esenciales. La primera es que, desde su mismo origen, se postuló de buena fe como una ciencia pata negra. La segunda es que estaba relacionada con un ámbito del conocimiento donde, aún hoy en día, no hemos podido penetrar en profundidad: la mente humana. Bien es cierto que tenía un cierto regusto a espiritismo, espiritualismo y religión tradicional, así como algunas incoherencias en su adscripción al naturalismo positivo; pero, oyes, la astronomía tiene también un aire a la antigua astrología y no por ello deja de ser científica. Esta pseudociencia es la denominada parapsicología.
Como su nombre indica, se considera pariente de la psicología y de las ciencias de la mente en general. Su ámbito de estudio es bastante ambiguo, lo que resulta frecuente en las pseudociencias; tanto, que no parece existir una descripción clara del mismo. Parece ser algo así como cualquier cosa relacionada con la mente que no expliquen ya la psicología, la psiquiatría o la neurología. Sus líneas de trabajo más comunes, en cambio, resultan bastante conocidas y un tanto sospechosas: telepatía, telequinesia (o psicoquinesia), precognición, videncia (o clarividencia), vida después de la muerte y lugares encantados, entre otros asuntos por el estilo. Varias de estas líneas se engloban como percepción extrasensorial o ESP, y algunos incluyen también a los estados alterados de conciencia, especialmente cuando éstos no son consecuencia de procesos conocidos.
La primera sociedad parapsicológica surge en Cambridge en 1882, ante la avalancha de informes sobre espiritismo, médiums, séances y demás a los que se dan con afición la alta y media sociedad británica de aquella época. Entre sus fundadores se encuentran políticos conocidos como el estadista Arthur Balfour, filósofos y economistas como Henry Sidgwick y científicos como Sir William Crookes, Rufus Mason o el francés Charles Richet, premio Nobel de Medicina; lo cual nos da una buena idea del interés sincero que despertaron estas cuestiones. Una de las primeras cosas que hizo esta Sociedad para la Investigación Psíquica fue enzarzarse en una diatriba con Helena Blavatsky, la de la teosofía, llegando a acusarla de "impostora consumada". Crearon seis comités investigadores: telepatía, mesmerismo, mediumnidad, fuerza de Reichenbach (ódica), apariciones y casas encantadas, así como fenómenos físicos relacionados con las séances espiritualistas; más uno literario para documentar los antecedentes. Nacía de este modo la parapsicología, queriendo ser ciencia desde el principio; su firmeza hizo que personajes más crédulos como el Premio Nobel de Literatura irlandés W. B. Yeats les acusaran de ser excesivamente escépticos. Esta sociedad sigue existiendo en la actualidad, aunque convertida en una sombra de lo que fue.
La cosa dio pronto el salto a los Estados Unidos. En 1885, la Sociedad Americana de Investigación Psíquica abría sus puertas en la ciudad de Boston. En este caso, su primer presidente fue el matemático y astrónomo Simon Newcomb, descubridor originario de la Ley de Bedford y uno de los primeros en medir con precisión la velocidad de la luz. Le acompañaba en el empeño, entre otros, el notable psicólogo y filósofo William James, experto en psicología experimental, fundador de la psicología de la religión y coproponente de la teoría funcionalista. También tuvo pronto choques con los más crédulos, que condujeron a una escisión años después, y al igual que la británica sigue existiendo hoy en día. En 1889, el filósofo alemán Max Dessoir acuñaba el término parapsicología para englobar todas estas cosas. En 1911, la universidad de Stanford se convertía en la primera institución académica del mundo que comenzó a estudiarla en sus laboratorios. Entre los defensores a ultranza de esta nueva ciencia se contaron otros personajes notables como Sir Arthur Conan Doyle, Mark Twain o Aldous Huxley.
Guerra, Revolución y supervivencia.
En la atrasada Rusia de los zares y los popes no surgió nada de todo esto, pero tal cosa no significa que estas nuevas formas de creer no penetraran también profundamente entre las clases burguesas y aristocráticas; incluso más, si cabe, conforme el Antiguo Régimen comenzaba a desintegrarse y la gente necesitaba asideros diferentes a la religiosidad tradicional. Una de las cosas que más me fascinan de la Rodina es que en ella jamás hubo déficit de genios, visionarios y locos; supongo que una cosa es el precio de la otra. Sí, ya sé que eso ha ocurrido en todas partes, pero en Rusia la proporción es tan absurdamente alta como la de hembras espectaculares. Ahora que lo pienso, quizá ambos hechos estén relacionados. :-D
Tanto Blavatsky como Gurdjieff eran de origen ruso, pero para estar a la altura de la vieja Madre Rusia se precisa gente más hardcore. La versión en cirílico de los mormones, los testigos de Jehová o los pentecostales fueron movimientos como los skoptsy, las blancas palomas, un movimiento místico que se tomaba a Mateo 18:8 y 19:12 tan en serio como para cortarse alegremente los genitales y las tetas; aunque el movimiento se origina en el siglo XVIII, es en este mismo periodo cuando pasa de menos de cinco mil a más de cien mil miembros por todo el inmenso país. Del mismo modo, su variante nacional de los teósofos, espíritas y demás se constituye en torno a una serie de santones, místicos y gurús que van apareciendo cada vez más a menudo y más cerca del poder. Su exponente más notorio y universal es por supuesto Grigori Efimovich Rasputín, el monje loco, que hacía y deshacía a su gusto con el zar, la zarina, el zarevitch y las jóvenes princesitas, por no mencionar las damas y damitas de la corte imperial.
Rasputín y los que fueron como Rasputín no eran simplemente fanáticos ortodoxos al estilo tradicional, sino que ya pertenecían a una nueva generación bañada en todas estas nuevas ideas. Grigori Efimovich, aunque procedente de un movimiento tradicional de flagelantes también bastante heavies llamados los khlysty o gentes de Dios, era un hombre leído y viajado que estuvo en contacto con el esoterismo occidental, la teosofía, el mesmerismo y otras de estas nuevas formas de creer. Su influencia y poder sobre la corte imperial fue enorme, y su importancia en el descrédito final que sufrió la monarquía antes de la Revolución de 1917 resulta difícil de estimar pero fue sin duda significativo.
La Primera Guerra Mundial, en cuyo contexto sucede también la Revolución Rusa de 1917, acabó con el viejo mundo para siempre. Fue la primera guerra total contemporánea, la primera que ganó fundamentalmente el poderío industrial –es decir: científico-técnico–, la primera en que los Estados Unidos desempeñaron un papel decisivo como potencia global –ya ensayada en la guerra de 1898 que barrió los restos del Imperio Español de ultramar– y la que dio lugar al surgimiento de la Unión Soviética. Muchas naciones tradicionales fueron redibujadas y reconcebidas; surgió un nuevo nacionalismo, muy distinto del Dios-Patria-Rey anterior. La gente comenzó a pensar en otros términos: los términos del siglo XX, el siglo de la técnica.
Los restos del antiguo orden fueron barridos, y en ese proceso las religiones tradicionales no salieron bien paradas. De hecho, salieron muy mal paradas. La nueva potencia de Occidente, los Estados Unidos, fue el primer país del mundo nacido con una radical separación entre iglesia y estado. La que empezaba a emerger en el este de Europa era declaradamente atea y anticlerical. La otrora todopoderosa Iglesia Ortodoxa Rusa fue barrida del mapa, y con ella los skoptsy, los rasputines y cualquier otra expresión religiosa; más aún, apostaba claramente por el desarrollo científico-técnico acelerado: la industrialización de la URSS.
A este lado del mundo, la influencia religiosa tradicional también comenzó a decrecer rápidamente. La Guerra Cristera en México o la proclamación de la II República Española son paradigmáticas de un proceso mucho más profundo en el que las socidades occidentales comenzaron a alejarse de sus creencias consuetudinarias y del absolutismo religioso. Sin embargo, las nuevas formas de creer no resultaron beneficiadas en proporción. Aunque algunas de sus convicciones fueron generalizándose y pasando al conjunto de la sociedad, nunca llegaron a crecer demasiado de manera organizada. Algunas de sus expresiones más populares, como las sesiones de espiritismo, comenzaron a decrecer conforme la crisis económica de 1929 estrechaba las clases medias donde habían sido más frecuentes y el avance científico-técnico desplazaba a los misticismos de toda especie.Sólo siguieron expandiéndose claramente en Europa Central donde, como ya mencioné, se incardina en el proceso de formación del nazismo (la última gran ideología moderna que mantiene un fuerte componente idealista filosófico).
La parapsicología soviética.
No obstante, la inercia del periodo anterior era grande y la parapsicología siguió su camino. Curiosamente, la primera vez en que pasa a tener un carácter de estado fue en la recién creada URSS. Lo de la vida después de la muerte, las casas encantadas y los espíritus, por supuesto, se descartó como superstición. Pero precisamente debido a su carácter en apariencia científico, algunas de sus materias menos religiosas como la telepatía, la telequinesis y la visión remota (clarividencia) pasaron a ser materia de estudio para el Instituto del Cerebro Bekhterev de Petrogrado, que pronto pasaría a llamarse Leningrado.
El investigador jefe fue Leonid L. Vasiliev, miembro de la Academia de Ciencias de la URSS, quien decidió trabajar a partir de los estudios sobre disociación del francés Pierre Janet, los del psicólogo A. G. Ivanov-Smolensky y el libro Transferencia del Pensamiento de B. B. Kazhinsky (1923). Pronto incorporaron una nueva materia, que llegaría a convertirse en una especialidad de la parapsicología soviética y que podríamos llamar tele-bioelectromagnetismo; supestamente, la capacidad de detectar, amplificar y emitir señales telepáticas mediante equipos electrónicos, así como la posibilidad de influir a distancia sobre plantas u otros seres vivos. La expresión más conocida de esta especialidad parapsicológica soviética es, por supuesto, la fotografía Kirlian.
Diversas fuentes aseguran que Vasiliev y sus colaboradores del Instituto Bekhterev publicaron papers notables al respecto en 1934, 1936 y 1937. Sin embargo, en este último año, Stalin comenzó a cansarse de la ausencia de resultados prácticos mientras la Segunda Guerra Mundial se avecinaba ya. Por otra parte, las sospechas de superstición y parareligiosidad sobre todo el tema iban siendo cada vez mayores, lo que seguramente no gustaba mucho a los ideólogos del Politburó. A finales de 1937, pese al ascenso del nazismo con su Ahnenerbe esotericista dando vueltas por todo el mundo, el autócrata suspendió la financiación de estos trabajos y disuadió su continuación por cualquier otro medio. Así, la parapsicología soviética desapareció durante los siguientes veintidós años.
Rhine.
El Vasiliev estadounidense fue, sin duda alguna, J. B. Rhine. Al igual que el fisiólogo leningradense hiciera en la URSS, este botánico de Ohio interesado en la psicología fue quien elevó la parapsicología occidental hasta lo más parecido a una ciencia fetén que jamás llegaría a ser. A partir de 1930, en la Universidad de Duke, Rhine colaboró con Zener (el de las cartas Zener) y otros expertos bajo la dirección del psicólogo William McDougall para llevar a cabo complejos experimentos sobre lo que denominó percepción extrasensorial.
Al igual que Vasiliev, Rhine abandonó la investigación cualitativa de sus antecesores –más adecuada en las ciencias sociales y económicas– para adentrarse en la investigación cuantitativa, empírica y estadística: lo que venimos considerando ciencia dura. Desarrolló un sistema estadístico completo para detectar las anomalías por encima de la media. En 1934 publicaba Percepción extra-sensorial, donde dijo sentir que después de 90.000 ensayos estos sucesos paranormales eran "un suceso real y demostrable". En 1937, Nuevas fronteras de la parapsicología hizo llegar sus estudios al gran público. En este mismo año, fundaron el Journal of Parapsichology, que se sigue publicando.
Como le pasó a Vasiliev, los resultados siempre parecían estar a la vuelta de la esquina pero nunca llegaban a plasmarse fehacientemente. Hoy en día sabemos que esta es una característica común a las pseudociencias: sus sesgos sistémicos hacen creer incluso al investigador de buena fe que está a punto de lograr su objetivo... pero el objetivo nunca se plasma, y así una y otra vez. Incluso en las ciencias de desarrollo lento se van alcanzando poco a poco pequeños avances verificables; las pseudociencias permanecen constantemente en un limbo de lo que puede ser, de lo que va a ser, pero nunca es.
Ya entonces, algunas personas cualificadas advirtieron a Rhine y sus colaboradores que podían estar persiguiendo fantasmas. Entre ellas se contó el premio Nobel de Química Irving Langmuir, quien les previno de que sus estudios incurrían en errores metodológicos graves de sesgo selectivo y sesgo de confirmación. El prestidigitador Milbourne Christopher, por su parte, les señaló que su método experimental contenía muchas debilidades fácilmente explotables por cualquiera de los sujetos de estudio para alterar los resultados mediante trucos sencillos. Rhine trató sinceramente de corregir estos problemas para ceñirse al método científico tanto como fue capaz. Y en ese momento lo que había creído un suceso real, cuya demostración estaba a la vuelta de la esquina, dejó de serlo. Sus estudios se tornaron oscuros y ambiguos. Las críticas comenzaron a arreciar. Su libro La percepción extrasensorial después de sesenta años (1940) es ya mucho más comedido que los anteriores. Al igual que le ocurriera a Stalin con Vasiliev y su equipo del Instituto Bekhterev, la Universidad de Duke empezó a perder la paciencia con sus parapsicólogos; no obstante, a diferencia de Stalin, mantuvieron el programa en marcha mientras Rhine siguió activo.
Entonces llegó la Segunda Guerra Mundial, que mantuvo las características de la Primera pero llevadas al paroxismo. Si la Primera ya fue una guerra total, la Segunda quiso serlo hasta la aniquilación. Si la Primera ya la ganó la potencia fabril, la Segunda fue una exhibición de poderío científico, tecnológico e industrial a escala planetaria. Si de la Primera emergió una nueva potencia y un nuevo estado, la Segunda los convirtió en superpotencias globales indiscutibles e indiscutidas. Si tras la Primera la gente de los países desarrollados fue abandonando sus religiones tradicionales, tras la Segunda esto se transformó en un fenómeno social a gran escala. Si la Primera aniquiló un mundo viejo, la Segunda creó otro nuevo. Y en ese mundo nuevo, la parapsicología volvió a encontrar un lugar bajo el sol de la mano de la Nueva Era y del pánico termonuclear.
La segunda parte, aquí: Hippies, postmodernos y guerreros de las tinieblas.
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Un artículo que resumo en una palabra: erudito.
ResponderEliminarMuy muy bueno.
Se te olvidó mencionar Houdini como azote de la época de Conan Doyle, etc..., pero claro, el artículo va de magufos y no de antimagufos :-)
Gracias Yuri, aportas a la blogosfera un aire muy fresco en estos calurosos días de casi verano.
Excelente exposición. Un artículo muy recomendable para tener una idea global del surgimiento de las pseudociencias. Espero con impaciencia la segunda parte.
ResponderEliminarHola Yuri:
ResponderEliminarPodría hacer un comentario kilómetrico a este post, más que nada respecto a lo que es relevante y lo que no a la hora de considerar los fenómenos psíquicos o no. hay que partir que en la mayor parte de los casos hablamos de fantasías, pero en otros falla sólamente el enfoque. Pero bueno, ya escribiré sobre ello algún día.
Me limitaré a contarte (agárrate a la silla) que soy astrólogo aficionado desde hace 15 años.
Tengo una formación científica bastante completa. A causa de ella, manifesté un rechazo y un escepticismo total con todo lo astrológico hasta que, por circunstancias de la vida, acabé con una novia astróloga (seria).
Ella supo despertarme el interés jugando conmigo respecto al asunto. Más adelante, cuando profundicé un poco más, me encontré que hay muchísimo de verdad en ella. Hay que joderse pero encontré que, a pesar de todos mis prejuicios, aquello funcionaba y funciona.
Me encontré, como no, que el 90% es auténtica basura (tipo física cuántica al nivel "Lost"). Pero el 10% restante, que esta chica (intelectualmente muy seria, por otra parte) había filtrado previamente fue la que me enganchó.
Para no alargar más, te remito a un artículo que escribí dirigido a escépticos con formación científica. Espero que le encuentres cierto valor.
http://glob.cranf.net/?p=582
He estado una hora escribiendo un post, porque tu trabajo me ha sugerido muchas cosas, y muchas cosas podía aportar. Es un texto muy interesante. La máquina no me ha dejado mandarlo, y he perdido una hora de mi vida. En fin, la tecnología; si hubiera estado en el bar de abajo charlando con algún vecino, eso que habría ganado. Un abrazo y hasta siempre.
ResponderEliminarBuena entrada, he disfrutado leyendola. Ademas, me encanta que sea solo la 1ª parte, xDD
ResponderEliminarSaludos
Hola, no sé si esta entrada será respuesta a mi petición de que hablases sobre los chemtrails, orgonite, etc (que imagino irán en Magufos 2) o ya lo tenías pensado, o no tiene nada que ver. En cualquier caso te estoy agradecida por el artículo. Está curradísimo y es muy interesante.
ResponderEliminarUna conversación típica entre un científico y un magufo sería:
Magufo: Los unicornios existen.
Científico: No, no existen.
M: Dame datos que prueben que no existen.
C: No. Eres tú el que me tiene que dar pruebas de que existen...
M: O sea que no tienes las pruebas..
En fin, es bastante sorprendente que personas como Conan Doyle o Mark Twain creyesen en esas cosas...
"Hoy en día sabemos que esta es una característica común a las pseudociencias: sus sesgos sistémicos hacen creer incluso al investigador de buena fe que está a punto de lograr su objetivo... pero el objetivo nunca se plasma, y así una y otra vez. "
ResponderEliminarAndres Diplotti, reflejo este hecho de manera gráfica en su blog "la pulga snob"
http://lh6.ggpht.com/_CWGYdx1rTnM/SiQn_4xiiQI/AAAAAAAAAbE/ElP0bf0lI7o/investigacion.png
Qué grande la pulga snob, otra viñeta muy buena, que también tiene relación es: http://lapulgasnob.blogspot.com/2010/04/evidencia.html
ResponderEliminarEl Retorno de los Brujos (Le Matin des magiciens, Louis Pauwels- Jacques Bergier, 1960)Este libro contiene a parte de una extensa e interesante bibliografia,habla directamente sobre el tema que discute Yuri en este blog, aunque hay que extraerlo, ya que hay bastante paja suelta.Libro recomendable,pero hay que evitar dejarse llevar por la fiebre de terror a un holocausto nuclear que afectaba a los autores,en aquellos tiempos posiblemente justificada.
ResponderEliminargracias a voet 6 de junio de 2010 19:19 ppor tu enlace y artículo que recomiendo a tod@s.
ResponderEliminarEl retorno de los brujos y La rebelión de los brujos. Grandes libros, si señor. :)
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