jueves, 24 de septiembre de 2009

Hijas de la Lluvia 04: Navíos Cósmicos en Regiones Mágicas

Capítulo anterior: Mundos al calor de otros soles
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(Fracción de los planetas de la galaxia que podrían albergar vida)


En el ámbito de las creencias, no es raro oír hablar de la energía como algo “superior” a la materia, tan mundana, corruptible y mortal. Las estanterías donde reposan los libros de autoayuda espiritual, pseudociencias varias y nuevas formas de fe están plagadas de seres de luz, energías sutiles y vibraciones positivas venciendo a lo material, que como bien se sabe es sucio, vulgar y pecaminoso. No hace falta poseer ningún grado de genialidad para constatar que sólo estamos ante una variante de la vieja moral religiosa, sustituyendo lo divino por lo energético, otorgando a la energía cualidades divinas y dejando a la materia en su lamentable lugar de siempre.

Bueno, pues va y resulta que es al revés.

La materia está constituida por inmensas cantidades de energía altamente estructurada. En realidad no hay nada “superior” ni “inferior” a otra cosa en el Universo, pero si hubiera que aceptar ese lenguaje, la materia se hallaría sin duda muchos órdenes de magnitud por encima de la energía. En uno solo de tus cabellos hay tanta energía concentrada como en la bomba de Hiroshima. Comparado contigo, un “ser de energía” en cualquiera de sus sabores sería tremendamente primitivo, aburrido y... poco energético. Algo tan complejo como la vida o la inteligencia ha de sustentarse por fuerza sobre elevadas concentraciones de energía exquisitamente organizada. O sea, sobre materia.

Para que un fenómeno así de sofisticado pueda nacer, desarrollarse y evolucionar, esta materia debe existir en unas condiciones más o menos estables. Si, por ejemplo, estuviera sometida a temperaturas tan elevadas que sus átomos no puedan mantenerse estructurados durante un cierto tiempo, cualquier intentona de vida se desparramará en breve plazo sin ocasión alguna para evolucionar. Si, por el contrario, el frío es tan extremo que estos mismos átomos permanecen estancados, ateridos, a duras penas capaces de combinarse con otros, tampoco parece fácil que algo tan complejo y ágil como la vida pueda desarrollarse. Lo mismo ocurrirá si la gravedad o la radiación son demasiado altas o demasiado bajas, pongamos por caso.

Es hora de que la hija de la lluvia con su cabeza llena de los pajaritos que le permitieron triunfar sobre el neandertal reprima su entusiasmo y ponga un poco los pies en el suelo. De todos esos soles y mundos y cosas maravillosas que ha encontrado en los cielos, la mayoría no sirven de hogar por un motivo u otro.

Así a lo bruto, podemos descontar de un plumazo todo lo que ande cerca del centro de la galaxia. Todo apunta a que el núcleo de la Vía Láctea es un agujero negro supermasivo; aunque sólo sea por el nombre y aún no sepas lo que es, ya te imaginarás que resulta un argumento muy carismático a la hora de descartar cualquier forma de vida en sus proximidades. Pero aunque esa bestia del averno no estuviera ahí en realidad, el centro de la galaxia es un lugar con una altísima concentración de estrellas, y eso significa altísimas concentraciones de radiactividad. Vivir cerca del núcleo galáctico se parece a vivir cerca de una bomba H explotando eternamente. Hay que venirse hacia las afueras, hacia los brazos de la galaxia, para que los índices de radiación caigan por debajo de unos niveles sensatos. Por el mismo motivo, los planetas que orbitan demasiado cerca de sus respectivos soles tampoco parecen un buen lugar donde alojarse. Particularmente cuando –al igual que ocurre entre la Luna y la Tierra– siempre muestran la misma cara a su estrella. Y esto ocurre con frecuencia cuando ambos están próximos, por debajo del llamado Radio de Acoplamiento de Marea. A Mercurio, por ejemplo, le pasa algo parecido.

Los grandes planetas tampoco resultan un vecindario deseable para nacer y evolucionar. Además de su elevada gravedad e inestabilidad meteorológica, retienen demasiado helio y sobre todo hidrógeno libre. El hidrógeno libre, sin combinar con otros átomos –como oxígeno, por ejemplo, formando agua–, es un potente corrosivo que se come todo lo que caiga en sus manos.

Y hablando de agua. Necesitamos un solvente. Algo que permita a los átomos y moléculas acercarse y alejarse entre si suavemente y con facilidad para formar los sofisticados componentes que exige la vida. El solvente más simple y universal es el agua líquida. Por eso la hija de la lluvia es hija de la lluvia. Por eso los científicos se excitan tanto cada vez que una de nuestras naves descubre agua –aunque sea hielo– en algún punto del sistema solar. Indica la posibilidad de que haya o haya habido vida. Necesitamos, pues, agua o algún solvente similar. A poder ser sin unas corrientes tan extremas que desarticulen las moléculas antes de que puedan organizarse en condiciones. A los amiguitos de la hija de la lluvia también les tiene que gustar el agua. O alguna cosa parecida.

La órbita del cuerpo donde vaya a aparecer vida debe ser lo más circular posible con respecto a su sol, o soles. De lo contrario, habrá periodos del año en que las condiciones sean aceptables para la formación y desarrollo de la vida y otros en que todo resulte destruido o paralizado.

Por último, y no menos importante, la estrella en cuestión debe tener un comportamiento energético más o menos estable. Y si forma parte de un sistema de dos o más soles –como sucede con la mitad de estrellas de la galaxia–, que el paso de su pareja no mate a lo nacido. Ver cómo la vida se está formando trabajosamente durante millones de años para que de pronto cambien las condiciones y todo resulte exterminado hasta la aniquilación no acaba de tener gracia.

Podemos imaginar formas de vida que, dentro de unos límites, pudieran nacer y desarrollarse en violación de alguno de estos principios. Pero serían muy primarias e inestables, de poca complejidad, demasiado lejos de lo que requiere el surgimiento de la inteligencia.

Decimos que los cuerpos celestes que cumplen todas estas condiciones, en todo o en parte, se hallan dentro de la Zona Habitable.

¿Hemos descrito unas condiciones tan restringidas y estrictas que de todos los mundos habidos, únicamente la Tierra puede cumplirlas, y sólo durante un tiempo? ¿Le hemos echado un jarro de agua fría por encima a la hija de la lluvia?

Lo cierto es que no. Habrá tenido que moderar un poco su entusiasmo, sí, pero trescientos mil millones de estrellas con sus planetas y sus lunas y todo lo demás dan mucho juego. La probabilidad de que haya millones de objetos dentro de las zonas habitables sigue siendo elevadísima. La probabilidad de que los haya habido en los 13.700 millones de años que tiene el Universo es aún mucho más alta.

Descontando aquellas que se encuentren en las proximidades del núcleo galáctico, las zonas habitables más extensas deben hallarse alrededor de las estrellas de tipo A, B y O, en lo alto de la llamada Secuencia Principal –una forma de catalogar los soles que usan los astrónomos–. Pero éstas son estrellas muy grandes y calientes: emiten mucha radiación y consumen el combustible tan deprisa que difícilmente durarán el tiempo suficiente como para que surjan formas de vida avanzadas. Y encima, son muy pocas.

Las zonas habitables más estrechas, con poco espacio para que caiga en ellas algún planeta, se encuentran en la región inferior de la Secuencia Principal: los tipos K y M. Estrellas pequeñas y frías, aunque muy duraderas y estables. El 90% de los soles pertenecen a estos dos grupos. En su contra juega la misma estrechez de las zonas habitables que las rodean, la violenta actividad en superficie que deben sufrir sus planetas y lunas, y el gran número de los mismos que estarán por debajo del Radio de Acoplamiento de Marea y por tanto ofrecen siempre la misma cara al sol. A su favor juega su elevadísimo número y su extraordinaria longevidad: algunas estrellas del tipo M perdurarán hasta los últimos momentos del Universo. Ambas cosas multiplican las probabilidades de que alrededor de algunas de ellas haya surgido vida compleja o pueda hacerlo en tan larguísimo futuro.

Entre estos dos extremos, hallamos las estrellas de los tipos G y F. Tienen zonas habitables de tamaño intermedio donde puede caer fácilmente alguno de sus planetas y lunas. Su estabilidad y duración permiten que aparezcan y se desarrollen formas de vida avanzadas. Y a menos que se encuentren cerca del núcleo galáctico o alguna anomalía muy energética, sus alrededores son bañados por cantidades moderadas de radiación. Nuestro Sol es una estrella de tipo G; para ser exactos, del subtipo G2V. Las buenas noticias radican en que las estrellas del tipo G resultan comunes en el Cosmos. Si les añadimos las más bajas del tipo F y las más altas del K, y les descontamos las que estén próximas a alguna fuente de energía devastadora, vienen a sumar el 1% de los soles del Universo.

Eso significa que en la Vía Láctea hay unos tres mil millones de soles situados en esta banda mágica, con estupendas zonas habitables donde uno o varios de sus planetas podrían situarse. Dicho en otras palabras: sin salir de nuestra galaxia, debe haber varios cientos de millones de lugares en los que formas de vida tan complejas como nosotros, o más, pueden nacer y evolucionar con que sólo tengan órbitas más o menos circulares, un tamaño prudencial y una poquita de agua. Como en la lluvia.
Ver: Lista de exoplanetas conocidos que podrían hallarse en las Zonas Habitables de sus respectivas estrellas.
Próximo capítulo en La Pizarra de Yuri el jueves, 01/10/2009: Con lo que haya y como se pueda.

3 comentarios:

  1. Buf! Apasionante! he llegado a este blog hoy por recomendacion de un amigo y ... Me lo guardo!

    Esperando el dia 1 de Octubre jejeje

    Gracias Yuri!

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  2. Simplemente genial Yuri. Ya te seguí en el relato de FC acerca del día del fin del mundo y este blog es fascinante. Muchas gracias.

    Una pregunta, si entras en el catálogo de exoplanetas, hay uno que destaca sobremanera en probabilidad. ¿Dónde se encuentra? Porque en la página esa me pierdo...

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  3. Javier:

    El exoplaneta más próximo que aparece en la lista es Gliese 581 C, orbitando alrededor de la estrella Gliese 581. Fue descubierto en 2007 por un equipo suizo en el Observatorio Europeo del Sur, y con mucha probabilidad será un planeta de tipo rocoso más grande que la Tierra.

    Se siguen descubriendo más continuamente. ;)

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